A Marvel se le están empezando a ver las costuras del gigantesco traje por el que llevan años arrasando en taquilla.
Un universo que empezó con pasitos tambaleantes y que terminó convirtiéndose, Thanos mediante, en una imperial obra de culto para los amantes del cómic. Ese universo hoy se enfrenta a desafíos complejos con los que lidiar para poder mantenerse vivo.

La prueba es esta tercera entrega del Spider-Man de Tom Holland. Una milimetrada producción que destila olor a producto prefabricado desde su primer minuto, con el único objetivo en mente de contentar a los miles de fans de la saga.

Muchos de estos fans surgieron, precisamente, al inicio de esta especie de nueva edad dorada del mundo Marvel en el cine.

Esos mismos fans, más pronto que tarde a este paso, terminarán cansándose si las obras del MCU tienen tanto de epicidad enlatada y tan poco de verdadera historia.

Mucho ruido y pocas nueces

Hace poco un amigo utilizaba el concepto de la cultura del shock para describir cómo estamos tendiendo, cada vez más, hacia la necesidad de que todo esté embadurnado en ese halo de misticismo épico. Esa heroicidad de lo gigante que ha pasado de ser la excepción a ser una exigencia.

Cuando tus esfuezos se vuelcan en generar en tu público la constante sorpresa y en transmitir la idea de que estás ante lo más grande jamás visto, sueles perder en el camino la esencia de toda película: su historia.

Aunque parezca que se nos está empezando a olvidar, perdidos entre epopeyas con banda sonoras legendarias, el cine, la litertura, el teatro, nacen de la necesidad humana de contar historias.

Así que Spider-Man es mucho de grandiosidad al peso y muy poco de relato que atrape. Una historia circular carente de interés, simple, evidente hasta decir basta, que termina impactando negativamente en los personajes hasta llegar a rozar el ridículo.

Lo que en otro tiempo eran comentarios socarrones que aligeraban la tensión evidente de estar intentando salvar al mundo de su destrucción se han convertido en psuedo monólogos, muchas veces sin gracia, que rellenan muy poco de las carencias de la historia.

Buenos actores para una historia tan simple como intrascendente

Si algo hemos de agradecerle a Marvel es volver a permitirnos ver a Zendaya en la pantalla grande. Desde Euphoria, pasando por Dune y terminando en esta última película del hombre araña, esa mujer tritura la pantalla y la devora sin dejar ni las migajas. Tom Holland aguanta el tipo pese a que el guión se empeñe en hacerle parecer cada entrega más infantil e inmaduro.

Del resto, poco que decir, muy enfocados en ese jueguecito de prestidigtación que es toda la película. Una ilusión que busca encontrar en la melancolía del espectador la justificación de que no tiene mucho que contar.

Muchas referencias, mucha conexión, mucho multiverso, pero todo termina reducido a cenizas cuando detrás de tanto efecto especial y tanto trampantojo te das cuenta de que lo que te han contado se cae por su propio peso.

Y ahora…

Como en todas las películas del universo Marvel, hay una escena (o dos) post-créditos que enlazan con lo que está por venir. Y, siendo honestos, esperanza hay poca. Tengo la sensación que los grandes momentos de este universo ya han pasado, que ahora toca exprimir la gallina de los huevos de oro y eso significa mucho producto y poca calidad.

Alguna última alegría nos llevaremos, eso seguro, pero poco más le vamos a poder pedir.

Nota: 6/10