En los últimos tiempos, coincidiendo con el auge de las redes sociales, se ha puesto de moda el publicar artículos y frases de carácter motivacional dándoles la etiqueta de Psicología Positiva.

El problema, como suele pasar casi siempre, es que lo que inicialmente podría ser considerado como tal, ha ido poco a poco degenerando y alejándose de su utilidad inicial.

¿Qué es la psicología positiva?

La psicología positiva fue definida por Seligman (1999) como el estudio científico de las experiencias positivas, los rasgos individuales positivos, las instituciones que facilitan su desarrollo y los programas que ayudan a mejorar la calidad de vida de los individuos, mientras previene o reduce la incidencia de la psicopatología.

Es decir, viene a ser el estudio científico de las fortalezas y virtudes humanas, las cuales permiten adoptar una perspectiva más abierta respecto al potencial humano, sus motivaciones y capacidades.

De modo que tenemos que la psicología positiva es el estudio de las fortalezas del ser humano en su búsqueda de la felicidad, pero en ningún sitio de esta definición se indica que la psicología deba ignorar o descartar los problemas reales de las personas, también debe centrarse en las debilidades. Así que no dice que debamos sacar de la ecuación de la felicidad a la tristeza. 

¿Cómo diferenciar lo que es psicología positiva y lo que no?

La psicología positiva debe darte las herramientas para lidiar con el día a día y enfrentarte con garantías a todas aquellas situaciones que pueden poner en riesgo nuestra estabilidad emocional. Debe centrarse en conceptos como la resiliencia, la empatía o la gestión de las emociones. 

La psicología positiva no es un mensaje mágico que cambia las cosas y las convierte en buenas por el mero hecho de leerlo.

La psicología positiva no elimina de nuestra vida, de nuestro entorno, aquellas cosas que nos desestabilizan, que nos entristecen, sino que nos propone aceptarlas, entenderlas y lidiar con ellas. 

Hay que empezar a alejarse del mensaje de lo que llamo yo la dictadura del optimismo impostado. No tenemos que ser felices por decreto. Nuestra vida no es peor porque hayamos tenido un mal día o estemos en medio de una mala racha. La felicidad no es un objetivo a tachar de una lista de tareas y que, de no alcanzarse, seremos un fracaso como personas.

Y ese es precisamente uno de los grandes daños colaterales de la dictadura del optimismo y la imagen impostada: el fracaso ha sido desterrado de nuestra vida en las redes sociales. Todo lo que nos rodea son casos de éxito, casos de personas que gozan de las mieles del objetivo de ser felices. Y eso termina por generar un sesgo positivista en nuestra cabeza: si todo lo que vemos en nuestras redes sociales son personas felices, exitosas, cumpliendo sueños… ¿somos nosotros unos fracasados por no estar en esa posición? Evidentemente no.

El fracaso forma parte de nuestro aprendizaje. La tristeza es indisoluble de la alegría, es una emoción tan necesaria como las demás. Debemos entender que ser feliz es una decisión y no un estado de ánimo y, a partir de ahí, construir un mensaje nuestro, a medida, que nos permita desarrollarnos como personas.

Aléjate de los mensajes para todo y céntrate en los mensajes para ti

Que una imagen graciosa nos saque una sonrisa de buena mañana es algo maravilloso.

Pensar en que por ver esa imagen vamos a tener un día genial y que, de no tenerlo, nuestra vida es un fracaso, es terrible.

Así que al final todo se reduce a alejarnos de las imágenes que maquillan una realidad que no existe, que nos dicen cómo tenemos que pensar, cómo tenemos que sentir. Alejarnos de representaciones de vidas pasadas por miles de filtros para mostrar una perfección ficticia. Abraza tus imperfecciones. Si los lunes no nos gustan, no pasa absolutamente nada. Hagamos por centrarnos en escucharnos a nosotros mismos, a nuestras necesidades, a nuestro entorno más cercano. Aprendamos a querernos con nuestras luces pero también con nuestras sombras y estaremos en posición de entender la verdadera felicidad, la que no es un destino, sino el camino.