Tal vez soy un bicho raro, pero si voy al cine es para disfrutar de la experiencia de ver una película en una sala con una pantalla gigante y un sistema de audio increíble.

Últimamente me he dado cuenta que me estoy volviendo cada vez menos tolerante con las personas que no entienden el cine como yo.

Aquellas que deciden que el cine es un buen sitio para merendar y, por tanto, se traen sus buenos platos de nachos o su menú del McDonalds.

Aquellas que entienden que el cine también es un lugar de reunión y de interacción social y se dedican a charlar de temas varios mientras la película intenta captar su atención.

También me he vuelto poco tolerante (quizá menos que nunca) con los que no entienden el concepto «apaguen sus teléfonos móviles» y los ves chateando por Whatsapp o revisando el Facebook en medio de la proyección. O lo ya inconcebible, hablando por él.

Si fuera por mi, prohibiría la comida en los cines e instalaría inhibidores de frecuencia para desactivar los datos de los teléfonos.

No soy ningún purista del cine, pero me gusta. Me gusta la sensación de estar en un sitio donde sumergirte en una historia, donde envolverte de futuros distópicos, de pasados dramáticos o de intensas historias de terror.

Me gustan prácticamente todos los géneros y soy muy dado a valorar una película por su capacidad de despertar en mi alguna emoción.

Pero difícilmente voy a poder involucrarme plenamente en la historia que me están contando si tengo a mi lado el tufo del queso de unos nachos y el constante crujir de los mismos y, al otro lado, a dos super amigos que se tienen que poner al día justo en el momento más tenso del thriller proyectado.

De verdad, hago un llamamiento a estas personas, por si les queda un resquicio de humanidad, de respeto por el arte… Hay miles de cafeterías, de restaurantes, de lugares geniales para hacer todas esas cosas que no deberíais estar haciendo en una sala de cine.

Aprovechad la oportunidad y hacedme el favor.

Al cine, a ver la película.