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Reseña: Tau Zero – Poul Anderson

Tengo entendido que los grandes aficionados a la ciencia ficción distinguen a este género en dos grandes grupos: Soft Sci-Fi (algo así como ciencia ficción suave) y Hard Sci-Fi (ciencia ficción dura).

La principal diferencia entre ambas radica en el nivel de complejidad científica de sus tramas. Mientras la primera tiene una dosis relativa de ciencia, la segunda implica conceptos científicos profundos. Así mismo, a diferencia de la ciencia ficción suave, la ciencia ficción dura se toma muchas menos licencias narrativas para enmarcar su relato: las cosas que suceden son científicamente más posibles.

Tau Zero

Tau Zero, de Paul Anderson, caería en la definición de ciencia ficción dura. Se trata de una interesante epopeya interestelar que orbita, nunca mejor dicho, entorno a conceptos de física relativista.

La Leonora Christine es una nave espacial capaz de viajar acelerando hasta alcanzar velocidades cercanas a la luz. Esto permitirá a su tripulación llegar a un planeta con características similares a la Tierra para su investigación en unos pocos años.

Sus personajes tendrán que vivir en esa nave durante los años que dure el trayecto y enfrentarse a todos los desafíos que un viaje de esas características puede presentar, tanto a nivel técnico como humano.

Toda la historia se sustenta en la idea de la expansión y contracción del tiempo y del espacio que se produce en los objetos que viajan a velocidades cercanas a la de la luz.

Esto ya de por sí hace que la lectura se embarre a medida que Anderson desarrolla detalladas explicaciones acerca de la definición del factor Tau y sus implicaciones en la vida de los protagonistas.

A pesar de que, en general, la base científica que requiere el libro no es excesiva, sí que supone un desafío su lectura.

Viajes temporales y espaciales

Tau Zero es, además, un interesante ejercicio de análisis mental y emocional del impacto que produce en las personas los efectos de la Teoría de la Relatividad llevados a la práctica.

Todavía recuerdo lo impresionado que me quedé cuando leí por primera vez sobre la Paradoja de los Gemelos.

Aquí son un conjunto de exploradores los que tendrán que hacer frente, no sólo a las dificultades propias de un viaje espacial, sino también a las consecuencias de querer llegar más lejos que nadie y hacerlo lo más rápido posible.

El libro logra transmitir la desproporción en cuanto a distancias y tiempos que hay entre las medidas estelares y las humanas: lo cortas que son nuestras vidas en comparación con el tiempo y la distancia que nos separa del resto del universo.

Una aventura que no termina de despegar

Es cierto que Tau Zero proporciona una lectura entretenida y que algunos de sus pasajes enganchan especialmente, pero se queda muchas veces lejos de cualquier sitio, dando la sensación de no tener muy claro hacia dónde se dirige el escritor.

Los personajes, aunque adquieren una potencia suficiente a lo largo de la novela, no terminan de definirse del todo y la historia acaba con la sensación de que te podría haber dado mucho más.

Es, sin embargo, en su conjunto, un relato bastante completo con grandes dosis de buena ciencia ficción.

Nota: 6/10

Reseña: En la arena estelar – Isaac Asimov

Ser fan absoluto de un determinado escritor no debe ser un obstáculo para observar su obra con espíritu crítico. Es saludable reconocer aquellas propuestas que no cumplen lo esperado o que se quedan lejos de lo que uno está acostumbrado.

El genio inconfundible de Isaac Asimov parece tener ligado uno de los más grandes estándares de calidad en sus novelas de ciencia ficción. Sucede que, a veces, y solo muy a veces, esos estándares pueden no terminar de alcanzarse.

Así pasa en «En la arena estelar», la primera de las precuelas de la Fundación que Asimov escribe el mismo año que la primera de las novelas de la trilogía, pero que se queda orbitando a años luz de ésta.

Se atisban lo que suelen ser las características que definen las novelas de Asimov: tecnología, personajes con potencia narrativa, estructura y giros en la narración. Pero todo es superficial, todo se queda en un quiero y no puedo, en un intento por llegar a algún sitio que, a la postre, no existe.

Una historia endeble con unos personajes predecibles

Biron Farrell es un joven que acude a la Tierra en busca de información. Un intento de asesinato desencadena una reacción de situaciones que le llevarán a diferentes mundos, participar o ser espectador de altas traiciones y de manipulaciones políticas mientras el segundero de un reloj consume los últimos instantes de su huída hacia adelante.

Sin embargo, pese a esta buena premisa, todo es predecible: los personajes, tanto el propio Biron como Artemisa oth Hiniriad, heredera al trono de uno de los planetas más importantes de la galaxia, son moldes tan prototípicos que conoces su desarrollo y desenlace casi desde el momento en el que te los presentan.

No siempre se gana

Toda la historia hace aguas por su excesiva simplicidad. Incluso el final, gran arma de Asimov en casi toda su extensa bibliografía, se diluye como un triste azucarillo en un vaso de agua a medio llenar: acabas, aceptas la derrota casi por primera vez, y confías en que la siguiente novela reconstruya este desastre.

Nota: 5 / 10.

Crítica: Upgrade (2018)

Llevo años diciendo que no me gustan géneros determinados: no soy un amante apasionado de la ciencia ficción que aborrece hasta la médula cualquier película romántica.

A mí lo que me enamora perdidamente del cine es que sea cual sea la propuesta, sobre el tema que sea, haga que me emocione de alguna manera.

Por eso puedo decirte que Upgrade (2018), te guste o no la ciencia ficción, es una película que te va a hacer pensar y que vas a disfrutar de principio a fin.

Recogiendo un poco el testigo, aunque muy someramente, que dejó Ex Machina, Upgrade es una película futurista de las que muchos califican de Serie B, pero que hace gala de una estupenda producción y un acabado, en líneas generales, impecable.

Plantea premisas muy similares a las que pudimos ver en la obra de Garland, teniendo un desarrollo igual de coherente y obligándote a racionalizar lo que la pantalla te plantea. Ese ejercicio de racionalización es lo que lleva al espectador a considerar como plausible aquello que está viendo.

Y es que una de las características críticas en toda cinta de ciencia ficción que se precie es que el índice de plausibilidad sea elevado. Esto no es más que, tú, como espectador, dejes un margen de credibilidad a lo que la narración te propone. Si ese margen falla, por mucho efecto especial y actuación inolvidable que tenga la película, su argumento se deshace a cada minuto hasta hundirse irremediablemente en un mar contradicciones.

Upgrade es, precisamente, todo lo contrario. Su desarrollo lleva al espectador a aceptar un acuerdo por el que muchas de las cosas que se esbozan, lejos de ser increíbles, las termina considerando probables en los próximos años.

Esa cercanía con la realidad, esa proximidad presente – futuro, es lo que le permite a su director, Leigh Whannell asentar su historia entorno a las ya más que conocidas dudas acerca de la Inteligencia Artificial y la nanotecnología. Dudas que ya a día de hoy los grandes científicos y filósofos tienen sobre la mesa.

Si hay que ponerle peros a esta estupenda propuesta cinematográfica, estos están bastante relacionados con su linealidad argumental y con su aparente previsibilidad. Podría haber más riesgo, como sí lo hubo en Ex Machina, podría haber profundizado algo más en los desafíos éticos que la llegada de la IA planteará a la humanidad.

Por eso se queda un escalón por detrás de la maravilla de Garland.

Pero, pese a eso, sigue siendo una más que interesante forma de disfrutar del buen cine.

Nota: 8/10

Reseña: Fragmentos de Honor (Lois McMaster Bujold)

La ciencia ficción es un género que ha ido adquiriendo madurez en un proceso lento y complejo. Lejos quedan las novelas de aventuras para un público más bien adolescente en las que las batallas en lejanas lunas de galaxias remotas eran el escenario donde sus protagonistas prototípicos hacían que el bien siempre venciera.

Fragmentos de Honor recoge la herencia de este tipo de historias y plantea una aventura con muchos matices superficiales, pero con un desarrollo más bien plano. Su autora, la estadounidense Lois McMaster Bujold, publicó esta obra en 1986 y es considerada el origen de su saga de Miles Vorkosigan.

Una historia sencilla que abre la puerta a una saga potencialmente interesante.

Cordelia Naismith, comandante de la Fuerza Expedicionaria de la Colonia Beta, protagoniza un trepidante inicio donde, de alguna forma, asienta con rapidez las bases del desarrollo de la novela. Poco tardará en aparecer Aral Vorkosigan, capitán de las fuerzas militares del planeta guerrero Barrayar. La relación entre ambos es el centro narrativo alrededor del que orbita toda la historia de Fragmentos de Honor.

Es una novela que adolece de los defectos de los primeros libros de toda saga: un desarrollo lento, un exceso de celo por presentar aquellos elementos que se suponen clave para la historia y poca profundidad en los personajes, pero a la que, sin embargo, sí que se le atisban rasgos propios de una saga que puede terminar siendo muy interesante.

En busca de lo simple como semilla de lo bueno

Esta primera novela nos muestra personajes y sociedades muy arquetípicas: planeta guerrero contra planeta desarrollado culturalmente, mujer inteligente y astuta frente al hombre-guerrero visceral pero sensible. Pese a todo ello, esa simpleza estructural puede ser una base sólida sobre la que asentar un desarrollo narrativo fuerte y que termine enganchando al lector.

Habrá que darle una oportunidad a su siguiente entrega: El aprendiz de guerrero.

Nota: 2.7 / 5

Reseña: La Luna es una cruel amante (Robert A. Heinlein)

A los libros de ciencia ficción siempre les he pedido que me propongan un futuro relativamente creíble pero que, además, hagan volar mi imaginación hacia caminos que no hubiera transitado con anterioridad.

Una historia común, en un futuro próximo.

Robert A. Heinlein decide tomar la dirección opuesta y plantear como futuro algo que ha sucedido innumerables veces en la historia de la humanidad: descubrimos un trozo tierra, nos creemos que nos pertenece, lo explotamos y al final la gente que vive allí decide que ya está bien de tanta broma y trata de independizarse.

Imaginemos por un momento que lo de viajar a la Luna se simplifica. Pongamos que hacemos un “Australia” con ella y enviamos a todos los presos con condenas a largas a pasar allí el resto de sus vidas. Una suerte de pena de muerte selenita.

Y, lo más interesante de todo, supongamos que esa gente desarrolla una sociedad con unas normas adecuadas a las características de nuestro satélite, lo cual conforma una cultura y una tradición propias y ajenas al resto de la Tierra.

Ya tenemos todo lo que necesitamos en la coctelera ideológica para plantear una situación política análoga a las muchas a las que se enfrentaron los europeos que se consideraron dueños del mundo por un tiempo.

El carisma de los personajes y la confusión del lector.

Si a Heinlein hay que reconocerle algo, más allá de que es un narrador excelente, es su capacidad para maniobrar con la historia hasta tal punto que uno se siente verdaderamente un extranjero en medio de una sociedad que le es totalmente desconocida. Al más puro estilo del misionero que llega a las tierras por evangelizar, el autor nos relata a través de los protagonistas cómo se estructura la vida de una población que debe enfrentarse a situaciones producidas por sus especiales características físicas y sociológicas: hay muchas menos mujeres que hombres y la gravedad es mucho menor a la de la Tierra.

Una sociedad puramente matriarcal, polígama hasta límites que tambalearían hasta al más liberal, sometida al yugo de una Autoridad que rige la explotación de sus recursos.

Sus protagonistas, en especial Mannie, se construyen sobre el doble juego de la cercanía del lenguaje y la incomprensión de su cultura. Es su carisma, su forma de pensar, la que hace al lector sumirse de lleno en su discurso. Y comprarlo ciegamente.

El elemento disruptor

En medio de esta marejada de pensamientos, aparece Mike, el cognum puro. Una especie de super computador, muy al estilo de Jane en la Saga de Ender, que concibe la existencia de la humanidad como un enorme juego en el que divertirse.

Su participación en el devenir de los acontecimientos resulta tan crucial como interesante desde el punto de vista ideológico: uno se pregunta hasta qué punto situaciones que se dan en la novela no se están produciendo ya en la actualidad.

Una historia conocida y un final que invita a reflexionar

Lo que sucede a lo largo de la novela tiene muchas similitudes con muchos capítulos históricos conocidos. El desenlace, como no puede ser de otra forma, también. Pero es la contextualización de la historia la que obliga al lector a realizar un ejercicio de reflexión. A hacerse preguntas para las que ya consideraba tener una respuesta clara.

Resulta que no.

Que quizá sí que estemos condenados a repetir nuestra historia.

Una y otra vez.

Nota: 8/10

Crítica: Ready Player One (2018)

Resulta tremendamente inexplicable cómo es posible que ante obras literarias que parecen haber sido escritas con el único objetivo de ser trasladadas a la gran pantalla, se cometan errores tan de bulto como el que ha sucedido con Ready Player One (2018).

Allá por 2015 cayó en mis manos la obra de Ernest Cline y valoré muy positivamente su lectura. No se trataba, en absoluto, de una obra maestra de la ciencia ficción, pero en cambio sí que planteaba cuestiones interesantes y se atisbaba una clara intención de tránsito al celuloide.

El núcleo central de la novela es el viaje de su protagonista a través de un mundo virtual futuro sobre los pasos de su creador, enamorado de los primeros videojuegos. Esta unión entre futuro y pasado dotaba a la historia de cierta entidad y permitía elaborar un argumento interesante.

Era una obra que orbitaba alrededor de la nostalgia de aquellos que presenciaron el despertar de los videojuegos y, al mismo tiempo, trataba superficialmente de iniciar una reflexión acerca de a donde se dirigía ese mundo en la actualidad.

Steven Spielberg decidió, visto el éxito de la novela, llevarla al cine.  Y, sinceramente, no ha podido hacerlo peor.

Para empezar, porque de un plumazo destroza sin miramientos el pilar fundamental sobre el que se asienta toda la historia: el recuerdo. Entiendo que, con la pretensión de llegar al público más joven, carga la película de referencias cinematográficas, de videojuegos y otras obras visuales, de los años 90 y 2000. Con esto consigue levantar un muro infranqueable entre la novela y la película: son dos obras completamente distintas.

No contento con ello, y tratando de obviar lo lamentable de la adaptación, la propia película es en sí misma un completo despropósito. La mezcla sin sentido de referencias (muchas veces metidas con calzador) lleva al espectador a presenciar un batiburrillo de elementos que bien pueden recordarle, simultáneamente: su infancia, su adolescencia y su edad adulta. Tenemos desde una carrera de coches con el Delorean y con Lara Croft de por medio, hasta una ridícula escena donde aparece el T-Rex. Avatares en el mundo virtual que mezclan sin compasión distintas generaciones, etc.

En el apartado técnico, Spielberg no entiende que todo tiene un límite y, si bien con todo lo relacionado con Jurassic Park, parece que le está funcionando, el pasarse el 90% de la película en un mundo totalmente generado por ordenador, ni ayuda ni añade nada en especial.

Capítulo aparte tendrían los actores. El protagonista es aburrido hasta decir basta y los que le rodean son tanto o más grises que él.

Aburrida, pretenciosa y falta de ritmo narrativo, Ready Player One nació muerta al pretender mover el eje temporal de la novela con la intención de que los millennials la pudieran comprender.

Nota: 4/10

Crítica: Star Wars – Los últimos Jedi (2017)

Llegó el día. Finalmente, el segundo episodio de esta nueva trilogía de La Guerra de las Galaxias, bajo el paraguas de Disney, se estrenó el pasado viernes. Y, como buena saga que se precie, han corrido ríos de tinta respecto a ella.

La historia

La historia comienza donde nos dejó «El despertar de la Fuerza». Una vez presentados los personajes, era momento de desarrollar la historia. La joven Rey, heredera de la Fuerza, ha encontrado finalmente al legendario Caballero Jedi Luke Skywalker. La Resistencia, diezmada por los continuos ataques de las tropas de la Primera Orden, aguanta como puede tratando de reorganizarse, con Leia Organa como General al mando de las fuerzas rebeldes.

En Los últimos Jedi, la saga explora nuevas historias que orbitan alrededor del eje central de sobras conocido: la línea de sangre de los Skywalker y su lucha de poder entre la Fuerza y el Lado Oscuro.

Los personajes

Está claro que esta nueva trilogía tiene un nombre protagonista: la joven Rey. Interpretada por Daisy Ridley, se trata, sin ningún género de dudas, del personaje con más fuerza de las dos películas que llevamos hasta ahora. Nacida en un planeta perdido, desconocedora de su procedencia real, de la identidad de sus padres, con Rey han construido el prototipo de héroe que inicia su recorrido en busca de respuestas. Daisy Ridley, por otra parte, está mejor en cada película. La mejor con diferencia.

En el otro lado de la balanza tenemos a Kylo Ren, (o Ben Solo). Si me harté a criticar este personaje en El Despertar de la Fuerza, he de reconocer que he visto una evolución satisfactoria en él. Sigue debatiéndose en ese conflicto interno, pero ahora lo hace con coherencia. Su psicología encierra esa eterna disputa del hijo que quiere romper con el mundo de sus progenitores para construir el suyo propio. La suya es una historia de orgullo desmedido y de amor contenido. Adam Driver, su intérprete, está, de lejos, mucho más centrado en esta segunda entrega. Consigue transmitir esa sensación de lucha interna y al mismo tiempo empieza a perfilarse como el villano supremo que todos esperábamos ya en la primera película.

El tercero de mis favoritos es Oscar Isaac. Menos presente, es cierto, en esta segunda parte que en la primera, pero correcto en su interpretación de Poe Dameron, el capitán de las fuerzas rebeldes. Su papel está demasiado aislado de la historia, centrado en exceso en arcos argumentales paralelos al hilo central que narra Los últimos Jedi. Para mi, es un personaje terriblemente desaprovechado que espero y confío tenga una presencia mayor en la tercera y última entrega de esta saga.

Mención especial, desde mi punto de vista, debería tener Mark Hamill. Han pasado muchos años sí, y no es un dechado de virtudes interpretativas, pero su personaje tiene tal peso, tal carisma, tal fuerza en la historia de Star Wars, que compensa esas posibles carencias. Su interpretación suma mucho a la narrativa de Los Últimos Jedi, le añade además ese punto de nostalgia del que tanto se ha beneficiado siempre Star Wars.

Hay otra lista, esta menos bonita, de personajes y actores menos interesantes.

Empezando por Leia Organa. Carrie Fisher, que la Fuerza la tenga en su gloria allá donde esté, hace probablemente el peor papel de su vida. Es una auténtica lástima que su legado quede empañado por semejante despropósito. En su caso se han jutado los dos perfectos ingredientes para el desastre: la pésima construcción de un personaje y su absoluta incapacidad de interpretarlo. Leia Organa, por un lado, es un personaje prescindible en toda la obra. Su aparición en la primera entrega tuvo ese componente al servicio del fan de volver a juntar a los dos grandes protagonistas de la saga original: Han y Leia. Pero en esta, una vez Solo ha desaparecido, desaparece con él toda la fuerza de Leia. Una Leia que se caracterizó en los 70 por ser la antiprincesa: lejos del arquetipo de mujer débil necesitada de su príncipe salvador, Leia Organa encarnaba la fuerza y el espíritu rebelde de la Resistencia al todopoderoso Imperio. No queda ni rastro de ese poder. Y a eso hay que añadirle la pésima actuación de Carrie Fisher: sin carisma, sin transmitir absolutamente nada y con algunas secuencias que no es ya que rocen el ridículo, es que retozan en él.

Junto a ella, otro de los personajes totalmente prescindibles es Finn, ese soldado al que le da una especie de chungo mental y se hace bueno porque ve que la sangre no queda bien sobre el uniforme blanco. John Boyega no puede estar más sobreactuado en esta entrega. Y mira que era difícil superarse con lo que había hecho en El Despertar de la Fuerza. Como sucede con Carrie Fisher, sólo falta que a un actor mediocre le des un papel mediocre. La historia de Finn en Los Últimos Jedi es lo más prescindible que he visto en años en una película.

La obra dentro de la saga

Esa mezcla de claros y oscuros hace que Los Últimos Jedi no sea, ni de lejos, una película perfecta. Sus carencias no se pueden tapar con escenas técnicamente impolutas, o con una banda sonora que vuelve a tener una factura casi perfecta. Sin embargo, es una película que mejora en mucho a El Despertar de la Fuerza. Los Últimos Jedi añaden dos elementos fundamentales, críticos, en una obra cinematográfica: coherencia narrativa y evolución. Las incongruencias con las que tuvimos que vernoslas en el Episodio VII, se suavizan mucho en esta entrega, hasta el punto de que al salir del cine tienes la sensación de haber visto una película redonda: con altibajos, pero redonda.

Resultan inexplicables, es cierto, determinados momentos anticlimáticos. Inexplicables por lo prescindibles que son. La construcción de un personaje como Snoke, que se planteaba como una especie de Darth Sidius en la sombra, se merece un trato infinitamente mejor que el que se le da en Los Últimos Jedi. Pero no me cabe duda que lo más innecesario de todo es el arco argumental encabezado por Finn. Ya he dicho que se trata de un personaje mediocre, pero es que la historia que protagoniza es todavía peor: cuenta poco o nada, aporta menos al resto de la película y tiene una relevancia escasísima.

Las expectativas y el futuro

Pero seamos honestos: es Star Wars, no la última película ganadora en Cannes. Si partimos de la base de lo que se espera de una película de este calibre, nos encontramos con una producción más que decente. Aventuras, personajes carismáticos, giros de guión, épica…, en definitiva los ingredientes para cocinar una historia para todos, grandes y pequeños. ¿Su mayor defecto? Las ordas de fans gafapastas de más de 40 años que se piensan que existe una especie de dogma relacionado con Star Wars, que idolatran la trilogía original a pesar de sus muchas carencias y son incapaces de ver la clara e interesante evolución que aporta este Episodio al conjunto de la historia. Lejos de entender de que es una obra de aventuras con más ficción que ciencia, con más componente filosófica que científica, se esmeran en intentar encontrar lagunas en el guión.

En una Galaxia lejana, en realidad, todo está permitido, y si antes nos maravillábamos porque una nave pudiera saltar a través del hiperespacio, no comprendo las críticas a las licencias que se toman en este Episodio.

El futuro, en forma de episodio conluyente de esta trilogía, resulta a mis ojos muy interesante. Han dejado muy abierto ese conflicto interno de Kylo Ren. Siguen sin quedar claros los orígenes de la poderosa Rey. Y la Resistencia parece estar prácticamente diezmada… pero la esperanza, como siempre sucede en esta historia, aguanta las acometidas del Lado Oscuro.

Dentro de dos años saldremos de dudas. Tras las letras amarillas que nos introducen en esa Galaxia lejana… nos esperan las respuestas a muchas preguntas y el nacimiento de una nueva leyenda.

Nota: 6/10

Crítica: Blade Runner 2049 (2017)

El cine, esa increíble herramienta moderna para contar historias, es capaz de llegar a despertar conciencias con sus obras. Y hacerlo, además, de las formas más variadas. Blade Runner 2049 (2017) es una de esas formas que se salen del guión establecido, que se alejan del relato prototípico para adentrarse, tímidamente eso sí, en formas alternativas de relatarnos historias.

Historia

Blade Runner 2049 es la secuela de la archiconocida Blade Runner (1982) que encumbró a su director, Ridley Scott, a los altares del cine de ciencia ficción y que, a su vez, nos dejó uno de los monólogos más interesantes del mundo cinematográfico.

Blade Runner 1983

Dennis Villenueve dirige esta nueva entrega en la que trata de mantener la práctica totalidad de los ingredientes que hicieran de la original una obra de culto del cine.

K, interpretado por un soberbio Ryan Gosling, es un replicante (en este caso no hay la más mínima duda) que cumple las tareas de Blade Runner: busca y retira todos aquellos androides que han regresado ilegalmente a la Tierra desde las colonias.

En el camino, K se topará con un hecho que puede cambiar el destino de todos los androides, de los seres humanos y de la propia galaxia.

Más allá de las premisas con las que se presenta la historia, Villenueve consigue mantener durante todo el metraje la atmósfera de viaje iniciático, de aventura contenida y alejada de las emociones. K es un replicante que se embarca hacia una tierra prometida que él mismo desconoce.

Lo hace, como ya he dicho, con las mismas armas con las que Ridley Scott se aventuró hace más de 30 años: largas escenas con una expresividad especialmente limitada, diálogos a veces excesivamente opacos, una atmósfera que se torna irrespirable. Pausa. Contención en el mensaje. Pero, además, consigue expandir ese mundo creado en una de las primeras Tierras distópicas del cine, para conformar una narración todavía más profunda. Para sondear todavía más elementos de la esencia del ser humano y de sus caminos.

Al carisma de un Gosling que está mejor que nunca en ese papel de inexpresión absoluta (me recordó irremediablemente a su papelón en Drive), hay que sumarle al holograma en forma de una espectacular Ana de Armas. Más allá de sus increíbles formas, Ana de Armas está perfecta en el papel de IA capaz de sentir emociones. Impagable el diálogo con Gosling acerca de los genes y los bits.

Harrison Ford también está perfecto: la visión de un hombre caduco, lejos de su esplendor («Hice tu trabajo una vez. Era muy bueno»), en cuya vida el peso de un pasado emocionalmente cargado pesa tanto que huye de él cada día. Con él, Villeneuve construye el nexo de unión con la película original. El agente Deckard es el catalizador del cambio. Es, en realidad, el ingrediente fundamental que da forma a la historia de esta secuela.

Además, muy inteligentemente, mantienen esa eterna duda acerca de su verdadera naturaleza ¿humano o replicante?

Banda sonora y fotografía

Más allá del elemento disruptor que supuso Blade Runner en los años 80, el paso de los años ha puesto especial énfasis en los apartados técnicos de la película.

De esta forma, la fotografía, esa escenografía de una Tierra en profunda decadencia, bajo el manto de una niebla que oprime al espectador, ha sido desde entonces su sello distintivo y ha influido en infinitas obras posteriormente.

Vangelis fue el encargado de crear la banda sonora y lo hizo adaptándola al milímetro al concepto general de la película: canciones plásticas, muy electrónicas, que se ensamblaban con ese discurso lento y cadencioso de la película hasta conformar un único elemento expresivo.

Blade Runner 2049 en cambio se adentra más en el terreno minimalista de la mano del siempre solvente Hans Zimmer. Zimmer no renuncia a esa plasticidad, a esas notas largas, pero si que consigue diferenciarse de la original con canciones más íntimas y menos frías.

Es en la fotografía donde, al menos desde mi punto de vista, la secuela supera de largo a la película original. Planos brutales con el uso de los colores de forma apabullante para el espectador. Secuencias que son un auténtico deleite para los sentidos. Todo un acierto.

El relato filosófico y antropológico

Si Blade Runner (1983) ponía sobre la mesa cuestiones como la naturaleza de la humanidad, aquello que nos convierte verdaderamente en humanos; esta nueva entrega ahonda en la reflexión filosófica para preguntarse qué es lo que nos hace libres.

Se trata aparentemente de una pregunta simple, pero Blade Runner 2049 demuestra que su respuesta es terriblemente compleja. ¿Somos, acaso, marionetas de un destino, de una fuerza superior? ¿Qué es el libre albedrío? ¿Son nuestros sueños las herramientas que, como humanos, hemos creado para romper las cadenas de una esclavitud invisible?

K, ese replicante moderno, ese hombre ligado a la sociedad por un vínculo indestructible ¿puede llegar a soñar? ¿puede llegar a ser libre? Y, de ser así, todo se reduce a la eterna pregunta existencial: ¿quién soy?

Blade Runner 2049

Impresiones

No diré que es la mejor película de 2017 porque no lo es. Reconozco que se hace por momentos excesivamente lenta. Denis Villeneuve juega a replicar a su mentor y hay momentos en los que se excede. Esa obsesión por ser un digno herdero del original le traiciona.

Sin embargo, partiendo de esa base, entendiendo las raíces de la película, de la propia historia, Blade Runner 2049 supone un excelente ejercicio de autoanálisis, de reflexión interna hacia los anhelos propios de la humanidad. Hacia las dudas que, un buen día, unos seres capaces de pensar más allá de su supervivencia, pusieron sobre la mesa. La propia esencia de lo que nos hace seres humanos. La capacidad de decidir nuestro destino. Nuestra libertad.

Nota: 7/10

Crítica: Valerian y la ciudad de los mil planetas (2017)

La ciencia ficción es un arma de doble filo especialmente en el cine.

Con la llegada de los efectos especiales, del CGI y de todo lo que les rodea, un buen director de cine, con una buena idea, puede cometer el grave error de cederle el protagonismo a los paisajes hechos por ordenador o a las batallas en tres dimensiones y alejarse de la verdadera esencia del género.

Valerian y la ciudad de los mil planetas adolece probablemente de ese fallo.

Porque, en sí, la idea inicial y el escenario donde se desarrolla la historia son la más maravillosa definición de lo que debería ser una película de ciencia ficción: mundos imposibles, civilizaciones futuras, conceptos que chocan de frente con lo establecido y que empujan al espectador a hacer un ejercicio de interpretación y acomodación de lo que está viendo.

Pero, en seguida, casi sin dejarte saborear esos preciados instantes: el desastre.

Los grandes desaciertos de la película

Primero, por el importante despropósito del cásting: ninguno de los dos protagonistas tiene el más mínimo carisma y su conexión en la pantalla brilla por su ausencia. Segundo por Rihanna. Entiendo que sea un reclamo, puedo aceptar que quiera su minuto de gloria, pero lo de hacerle un videoclip a medida en medio de una película me parece un verdadero disparate.

Sumémosle después, un guión soso, predecible, excesivamente infantil, a ratos soporífero. Y concluyamos con unos personajes desdibujados, como descritos con prisa, sin ganas.

No me negaréis que tenemos los ingredientes fundamentales para cocinar a fuego lento una película prescindible. De las que nos rellenan las tardes de un domingo de agosto.

Una verdadera lástima, si, como decía al principio, partíamos de la base de tener los elementos necesarios para construir una gran historia.

Todavía hay esperanza

Es justo, sin embargo, reconocerle momentos para la esperanza en el género: escenas que sí que son capaces de mover la imaginación del espectador, de llegar incluso a la exclamación. Lamentablemente fueron pocas y aisladas y quedaron diluidas entre tanto metraje accesorio.

Eso la salva del suspenso.

Eso, y su música:

Nota: 5/10

Reseña: Dune – Frank Herbert

Resulta curioso cómo, por causas que hasta yo mismo desconozco, me resistí durante años a leer esta joya literaria.

Al final, como no podía ser de otra forma, terminé sucumbiendo al poder de seducción de ese lejano planeta desértico al que muchos conocen como Dune. Y me he acabado enamorando de sus paisajes, de sus gentes, de su especia, de sus gusanos de arena y de sus profecías.

Dune es una novela que te atrapa, te envuelve en un manto de concepción completa: todo existe y está cuidado tan al detalle que parece más una novela histórica de un planeta real que una historia de ciencia ficción.

Ahora, después de unos días de auténtico disfrute, soy un seguidor más del gran Muad’dib.

Contexto

Autor

Frank Herbert nació en 1920 en Estados Unidos, desempeñando varios trabajos antes de lanzarse a escribir. Tal vez fuera su estrecha relación con la naturaleza (llegó a ser pescador) lo que le hizo crear un mundo como el de Dune.

Una de las curiosidades más interesantes de su vida es que, en sus últimos años de vida, decidió vivir junto con su familia en una granja biológica de forma autosuficiente y en pleno contacto con la naturaleza. Tal vez, sus ideas acerca de la ecología en Arrakis influyeron en esta decisión.

La obra

Dune, que no fue la primera obra de Herbert, sí que fue la que le dio a conocer mundialmente. Supuso el pistoletazo de salida para la creación de una auténtica saga de libros que, comenzando con éste, llegó a alcanzar la cifra de seis escritos por Herbert. Su hijo continuó su legado añadiendo más novelas a la colección.

Ganadora de los premios Hugo y Nébula en 1965, Dune rápidamente se convertiría en un libro de culto para los amantes de la ciencia ficción. Alrededor de ella se creó una cultura que trajo consigo películas, series y una saga de juegos que fue la que me hizo introducirme en su mundo.

Con Dune 2 descubrí, al mismo tiempo, la importancia de la Casa Atreides y lo que significa jugar a un juego de estrategia en el PC.

La novela

Argumento

La historia se asienta en un futuro donde la humanidad ha conquistado la galaxia. En su exploración espacial, descubren un planeta cuyas arenas almacenan una extraña sustancia: La Melange. También conocida como especia, hará de Arrakis el planeta más codiciado por las oligarquías que gobiernan la galaxia.

El Duque Leto Atraides, cabeza visible de la Casa Atreides es elegido para sustituir a la Casa Harkonnen en el gobierno y la administración de Arrakis. Pero su llegada al planeta desértico va a estar plagada de sorpresas.

Arrakis, también conocido como Dune, encierra entre las arenas de sus desiertos un gran secreto.

En la historia confluyen de forma magistral la línea argumental de lo que le sucede a la Casa Atreides junto con la construcción titánica de un universo completo: política, religión, mitología, misticismo se unen a lo largo de la obra para mostrar al lector las puertas de acceso de un mundo que parece no tener límites.

Personajes

Paul Atreides
Hijo del duque Leto Atreides y de la Dama Jessica. Su destino está íntimamente ligado al devenir de Arrakis. Sin lugar a dudas la historia gira entorno a él. Un personaje que sufre una constante metamorfosis. Su paso de la adolescencia a la edad adulta traerá detrás consigo mucho más.

Dama Jessica
Concubina del duque Leto Atreides, del que está profundamente enamorada. Pertenece a una mística orden pseudoreligiosa conocida como Bene Gesserit. Se le encomendó dar a luz a una hija pero, por extrañas razones, desobedeció a su orden y tuvo un varón: Paul. Esto cambiaría para siempre el destino de muchos.

Duque Leto Atreides
Estandarte de la Casa Atreides. El duque Leto Atreides, emparentado con el emperador, es una persona terriblemente calculadora y analítica. Teme por la seguridad de su familia al trasladarse a Arrakis. Su visión, sin embargo, no le permite predecir todo lo que está a punto de suceder.

Barón Harkonnen
Enemigo acérrimo de la Casa Atreides. Codicioso. Visceral. Vladimir Harkonnen es la esencia del mal. Un hombre que necesita suspensores para poder caminar debido a su envergadura y que su único anhelo es colocar a un Harkonnen en el trono imperial. Conspirará para ello con todo y con todos.

Fremen
Los fremen son un pueblo que habita en Arrakis desde tiempos remotos. Les rodea una mística alrededor de la que han asentado su forma de vida. Habitan las zonas profundas del desierto, donde las condiciones de vida son más complicadas.

Opinión

Dune es una obra impresionante en casi todos los sentidos de la palabra. Frank Herbert creó un universo sin fronteras y asentó sobre las raíces áridas del desértico Dune, una historia deliciosa para los que amamos la ciencia ficción.

Con Dune, Herbert ha sido capaz de condensar en menos de 700 páginas la vasta tarea de crear, con un lujo de detalles casi inconcebible, una historia sin principio ni final. Arrakis existió cientos de años antes de que los Atreides aterrizaran en él. La orden Bene Gesserit lleva miles de años planificado la llegada de su mesías. La sensación de estar sentado sobre la cima de una gigantesca duna, rodeada de un desierto sin fin, empapa toda la obra.

Los personajes tienen un desarrollo en algunos casos brutal. Su evolución a lo largo de la historia se muestra de forma consistente. Herberte consigue que el lector se sumerja plenamente en el planeta desértico haciendo que resulte un verdadero placer la lectura de la novela.

Lo mejor y lo peor

Sin lugar a dudas, lo mejor de la novela es su construcción. Esa sensación de la que hablaba antes de estar ante la creación de una obra faraónica. Una historia que, bien tratada (y eso lo veremos en los siguientes libros) bien podría ser de las tres mejores sagas de la ciencia ficción.

Y, precisamente, su mayor virtud es también su mayor defecto. En su afán por conseguir verosimilitud. En su constante intento de transmitir la sensación de que Arrakis, su religión, sus intrigas políticas, su magia mística, realmente existen, Herbert pone en riesgo a la novela haciéndola en momentos algo compleja de seguir.

Sin embargo, son momentos puntuales que en nada desmerecen el resultado final: un libro maravillosamente genial.

Nota: 9/10