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Reyes de Europa

Toda competición suele traer asociada la épica en algunos momentos, toda victoria arrastra uno o varios instantes eternizados en la retina de quienes los vivieron, agrandados hasta hacerse leyenda con el tiempo.

La final de Liga de Campeones de anoche cierra un relato en el que todos y cada uno de los envites, desde el primero hasta el último, han sido una oda a la magia de lo inconcebible.

Este trofeo bien podría ser recordado por ser el de las remontadas imposibles, por la “panenka” de Benzema, por la cabeza de Rodrygo o por el gol de Vinicius Jr. Todavía más por ese ángel de la guarda en forma de belga gigante que dejó secos a los mejores delanteros del universo.

Pero, sobre todo, este título es el de la victoria contra todos, el del triunfo de la antigua escuela, de las viejas glorias a punto de caer rendidas por el paso del tiempo frente a las rutilantes estrellas bañadas en oro de tierras lejanas.

Los trescientos espartanos frente al inconmensurable ejército persa a las puertas de la Grecia antigua.

Esta historia se escribe, como tantas veces, con el imposible como protagonista. Las verdaderas gestas germinan en ese mar de la improbabilidad, donde las cosas suceden entre una o ninguna vez.

En estos días en los que las guerras son el sinónimo del fracaso humano, vivimos huérfanos de la épica de antaño. Necesitamos de un nuevo héroe de las causas perdidas.

Ese que, pese a todo y a todos, sigue creyendo en sí mismo.

Una historia que nos conecta con nuestras generaciones pasadas y con las venideras.

Y así mi padre, que creció escuchando a su padre narrarle las hazañas de la Galerna del Cantábrico y los goles de la Saeta Rubia, anoche se imaginaba contándole a su nieto, dentro de unos años, las paradas antológicas de Courtois, los goles increíbles de Benzema o las galopadas interminables de Vinicius.

Las aventuras de aquel equipo de valientes que, de forma totalmente inesperada, alzaron los brazos a un cielo de París una cálida noche de mayo para erigirse como el mejor equipo de Europa, por decimocuarta vez.

El adiós del mito

Decía George Bernard Shaw que en la vida existen dos grandes tragedias: una es no lograr aquello que el corazón ansía; la otra es alcanzarlo.

Maradona murió ayer.

Para entender la trascendencia de la figura basta con escuchar el eco que ha dejado su marcha.

Cuenta Valdano en su preciosa elegía que hay algo perverso en una vida que te cumple todos los sueños. Maradona es el epítome pluscuamperfecto de esa enfermedad que aqueja nuestro tiempo, ese éxito empaquetado y vendido a precio de saldo para que todos podamos consumir un poco de él y seguir con nuestras vidas.

Yo nací tarde, con un Maradona consagrado en el olimpo futbolístico, demasiado pequeño para comprender su grandeza, para disfrutar de su ascenso a los cielos en aquella memorable recorrida histórica entre ingleses. Al tren del fútbol me subirían mucho más tarde otros magos de la pelota.

Pero en mi memoria el genio argentino tiene su hueco de la mano del elogio de mi padre cada vez que hemos hablado de él: «nunca habrá un jugador igual», me repite. Y, con el tiempo, me lo he terminado por creer. Porque a un padre no se le discute casi nada, y menos en términos futbolísticos y porque Maradona ha sido capaz de mantenerse como dios incontestable entre ídolos de barro. Pese a su caída en desgracia. A pesar de ese descenso a los infiernos de quien comete el terrible error de cumplir su único sueño en un mundo donde la verdadera felicidad está proscrita. La tragedia de su vida se resume en ese partido contra Inglaterra: él nunca quiso ser Dios, sino un simple mortal, villano y héroe, pero extraordinario.

Maradona ha sido el paladín de los últimos resquicios de un fútbol romántico que hoy se ahoga entre patrocinios y publicaciones de Instagram. El último gran héroe de la pasión desmedida por la pelota que trascendió la cancha para entrar en todas las historias personales de quienes vivieron su tiempo.

De ahí que el eco de su despedida resuene fuerte en los pechos de millones de personas: de las que lo disfrutaron y hoy rememoran sus propias historias enlazadas por siempre con aquel gol o aquella gambeta imposible, pero también de las que lo conocimos de oídas, sentados en el sofá mientras un padre orgulloso nos describía su manera irrepetible de llevar la pelota pegada al pie.

Ni tan mal

Hay algo que es intrínseco en la inmensa mayoría de culturas: desde el Hércules griego hasta el Jesucristo cristiano y es el concepto de héroe. En la iconografía cultural que hemos ido construyendo a lo largo de los siglos, la figura del héroe ha sido imprescindible para erigir un relato en el que nos pudiéramos sentir identificados.

Los romanos tenían a sus gladiadores y sus grandes generales en la guerra. Y ese circo que se alimentaba de leyendas engrosadas a través del boca a boca ha ido evolucionando, tres mil años mediante, hasta llegar a nuestros días disfrazado de deportistas en pantalón corto dirimiendo la eterna disputa humana entre patadas a un balón.

Resulta curioso, no obstante, observar que hasta la misma concepción de héroe ha ido dejándose influenciar por los vaivenes de una sociedad cada vez más lanzada al voraz consumo de todo lo consumible. Y lo que ha sucedido en contextos tan diversos como nuestros hábitos alimenticios o la forma de escuchar música, ha terminado calando también el mundo del fútbol.

Lejos quedan los héroes eternos que brillan como esculturas estáticas de un pasado mejor. Lejos los Pelé, Maradona, Cruyff o Di Stéfano. Personajes cuyo nombre llena las bocas y los pechos de los entendidos del fútbol, como si saborearan con nostalgia una cucharada de ese caldo de la abuela que dejaron de probar, si acaso lo probaron, hace demasiados años. Los héroes de hoy se consumen en el día y, si no terminan de gustar, se desechan hasta la próxima comilona. Los engullimos sin saborear.

Etiquetamos a cualquier pobre diablo que despunte mínimamente como “el nuevo…” con el hambre feroz del que quiere volver a tener el gusto de escuchar por primera vez, y en directo, al joven Mozart.

Queremos ser los primeros en descubrir a los Beatles. Pero no a los Beatles de sus inicios, titubeantes, sino que los queremos ya con el incesante griterío de sus enloquecidos fans.

Necesitamos héroes porque los consumimos con una celeridad pasmosa.

Recuerdo a mi abuelo hablar de don Alfredo Di Stéfano con una mezcla de admiración y respeto casi religioso. Mi padre sigue recordando La Quinta del Buitre con la mística que sólo las leyendas traen consigo cuando las cuentas. “Cuando cogía el balón el Buitre…” Y sin embargo, no niegan el reconocimiento a los otros grandes del fútbol. “Lo de Maradona era de otro mundo…”, “Ver jugar a Cruyff era ver fútbol del de verdad.”

Quizá, y digo quizá porque me cuesta recordarlo de esa forma, Zidane fue para mí ese jugador-dios. Y no reniego, en cambio, de la figura de grandes como Ronaldo Nazario o Ronaldinho.

En la actualidad, en cambio, estamos viviendo una situación casi paranormal, en la que dos figuras del futbol total, que en casi cualquier otra época habrían sido considerados dioses para la historia, pugnan en un debate con poco de fútbol y mucho de todo lo demás, por convertirse en ese concepto ambiguo y subjetivo de ser “el mejor jugador del mundo”.

Dos jugadores que no tienen casi nada que ver, más allá de su idilio con el gol, con los títulos y con la esencia propia del mismo fútbol.

No me leeréis, pese a mi evidente madridismo, decir que Cristiano Ronaldo es mejor que Messi. Pero me resulta casi grotesco escuchar a muchos hablar del “mejor jugador de la historia” cuando se refieren al argentino.

Necesitamos construir ese relato del dios absoluto. Del Héroe total. Porque la sociedad ahora busca el consumo king-size. El más grande. El mejor.

Muchos de esos, hace unos días cambiaron su discurso, tras el batacazo del Barça ante la Roma en Liga de Campeones, y rebajaron un peldaño al Zeus del fútbol. Pasó a ser “uno de los mejores de la historia”.

Esa fugacidad en la evaluación, ese oportunismo en el elogio, ese sesgo cuando uno mira el fútbol lejos de la emoción, cegado por debates estériles entre Madrid y Barça, entre Europa y América, entre estilos de fútbol, seguidos de análisis concienzudos que pretenden cuantificar lo incuantificable… Eso es lo que está matando al fútbol de verdad.

El fútbol es pasión, y la pasión la despierta quien te levanta de la silla por hilvanar la jugada perfecta, llevándose por delante a una defensa entera y poniendo a su equipo a la altura de las estrellas. La pasión la levanta, también, quien en un balón que parece venir del cielo, se eleva por encima de todo y de todos, y para el tiempo para dejar clavado al Portero en mayúsculas del equipo rival. Pasión es el gol de Iniesta al Chelsea. Pasión fue el gol de Ramos al Atleti.

Pretender comparar a los dos héroes de nuestro tiempo es, si me apuras, irrelevante. La historia coloca a cada uno en el lugar que le pertenece por derecho, por mucho que unos u otros se empeñen en lo contrario.

La discusión solo sirve para llenar platós de televisión plagados de juntaletras (y algunos ni eso) que, a base de gritar barbaridades, despiertan en nosotros ese sentimiento que ya tenían los romanos cuando pedían la cabeza del gladiador caído. Nos devuelven a lo primitivo de nuestro ser. Nos obligan a identificarnos de un bando como si los bandos existieran. Uno es el héroe y el otro el villano. Y así nos alejan de la emoción sincera que despierta el fútbol.

Esa emoción con la que mi padre y mi abuelo vieron por primera vez a su Madrid levantar una Copa de Europa. Esa emoción con la que se vivían los Madrid – Barça antaño, alejados de tanta prensa amarilla, de tantos minutos de televisión dedicados a lo mismo.

El día que no estén, y que el nuevo Cristiano y el nuevo Messi salgan cada dos semanas, los terminaremos echando de menos.

A los dos.

La fórmula del éxito

En cada gota de sudor.

En cada lágrima.

En cada mirada al cielo.

En cada instante que se os pasó dejarlo todo.

En cada par de ojos que observaban desde la grada.

En cada momento infinito donde el tiempo se paró.

En cada caída.

Ahí estaba escondida la semilla de vuestro triunfo.

Recordadlos todos. En el dulce sabor de la victoria no dejéis de mirar hacia atrás, porque vuestro éxito nace de los fracasos pasados. Ellos regaron el campo que hoy conquistasteis. No los olvidéis jamás.

El camino sigue, este sólo ha sido uno más de los muchos pasos que daréis. Algunos serán pasos hacia adelante, en otros deberéis hincar la rodilla y resistir. Guardad estos momentos, atesorad las lecciones aprendidas: el valor del compañerismo, el apoyo de aquellos que no dejaron nunca de confiar en vosotros, el recuerdo de los que no pudieron ayudaros, ese poco más que fuisteis capaces de dar cuando más lo necesitabais.

Disfrutad mucho, de todo lo que os habéis ganado, pero no olvidéis que la senda es larga y la aventura que se os presenta ahora no está exenta de dificultades. Serán ellas las que evalúen si merecéis otro triunfo más.

Y, sobretodo, no olvidéis por un instante que los éxitos o los fracasos son sólo un final más y que lo verdaderamente importante, es saborear el camino.

¡Enhorabuena campeones!

Silla CF B – Campeones de liga 2015/2016

In memoriam: Johan Cruyff

Tengo la sensación de que los grandes genios de la historia han tenido un denominador común: una visión simplificadora de la realidad.

A través de sus ojos han podido ver una existencia terriblemente elemental con la que jugar y, por ende, terminar cambiando por completo sus reglas. Desde Aristóteles a Einstein, Galileo o Da Vinci. Todos tuvieron el don de entender nuestro mundo hasta límites que nadie antes había sospechado. Todos ellos tuvieron la increíble capacidad de jugar con las hebras del destino para que la humanidad diera un paso hacia adelante en su anhelo incansable de ser hoy más que ayer.

Hoy se ha ido otro genio, tal vez de un arte que muchos consideran menor, como es el deporte del balón, pero su influencia en tantos y en tanto no puede sino ser una muestra clara de que él también poseía ese don.

Vio el fútbol desde el prisma del que ama el deporte, del que disfruta con cada gota de sudor. Entendió la pelota como algo que acariciar y mimar y sobre esa base sentó los pilares de lo que hoy día se considera el fútbol moderno.

Hoy, como amante del fútbol, uno se va a dormir un poco más triste al pensar que esos ojos, que veían más allá que el resto, ya no volverán a mirar con el celo de un enamorado a esa pelota de cuero.

Pero también uno se va a la cama con una media sonrisa, por entender que la historia ha tenido siempre un hueco especial para estas personas.

Descansa en paz Johan. Le diste todo al fútbol y éste te ha hecho eterno.

El salto para la historia

Hoy muchos telediarios y la gran mayoría de prensa deportiva cambiarán el foco constante que tienen sobre el fútbol español. Anoche, o más bien esta madrugada, en Nueva York se produjo un hecho histórico no sólo para el baloncesto español, que ya es decir, sino también para la propia NBA, lo que son palabras mayores.

Esta madrugada dos hermanos por primera vez llegaban a jugar el All Star Game: el partido de las estrellas de la mejor liga de baloncesto del mundo.

Un hecho sin precedentes.

Esto supone un reconocimiento a nivel internacional de dos de las carreras más brillantes que nuestro deporte patrio ha dado.

Pau Gasol fue el primero en aterrizar, siguiendo los pasos del ya mítico Fernando Martín,  y años más tarde le tocó el turno a su hermano.

Ambos llevan ya años militando en la liga más competitiva del mundo y haciéndolo a un grandísimo nivel.

Son un claro ejemplo de que los límites nos los marcamos nosotros. Seguramente ellos soñaron un día en jugar en la mejor liga del mundo, anoche los dos saltaron más alto de lo que jamás nadie había hecho. Anoche tocaron el cielo.

Toni Kroos: el centrocampista

Las Supercopas, tanto la europea como la patria, son ese típico trofeo ambiguo: importante para el que los gana, poco relevante para el que los pierde.

En realidad son ese término medio entre trofeo de verano y título oficial que sólo aporta cantidad, que no calidad, a las vitrinas de un equipo.

Total que en estas que estamos a medidados de Agosto y la UEFA (magnánima en su preocupación por el aficionado que se mantiene trabajando al pie del cañón) decide adelantar la Supercopa de Europa.

Cuatro pobres partidillos y seis días de entrenamiento es lo que llevan los jugadores, así que pedir, se puede pedir poco de un partido así.

Pero ayer hubo un pequeño detalle interesante. Más allá del vencedor del trofeo y de que Cristiano iniciara con premura su cuenta anotadora e incluso más importante que las dos o tres paradas antológicas de Iker que según la prensa deportiva salvaron al Madrid del desastre, fue la aparición de un medio centro alemán recién fichado este año: Toni Kroos.

He de reconocerlo, siento especial debilidad por el medio campo: por la creación. Y en estas lides el germano parece desenvolverse con una soltura que hacía tiempo no se veía en las filas merengues. Junto con Modric ayer hicieron un partido redondo. Criterio, pausa, técnica, visión. Todo. Un auténtico desborde de calidad y un placer para el que disfruta viendo buen fútbol.

Si a este chaval le dejan jugar y se asienta en la medular madridista, ojo que este año nos podemos poner las botas. Con una delantera de vértigo (el estado de forma de Bale es algo que roza lo marciano) y con una defensa de garantías (si nos deshacemos a tiempo del «espartano» y Coentrao sigue al nivel hercúleo actual), este Real Madrid pinta francamente bien.

Pero en el fútbol, ya se sabe…

La caída de los héroes

Lo que sucedió ayer en el estadio de Maracaná en Brasil fue la crónica exacta de una muerte que lleva mucho tiempo anunciándose.

Anoche, ante los ojos de millones de seguidores, de aficionados e incluso de aquellos que se subieron al carro del fútbol español sólo por sus éxitos, el combinado nacional hizo el ridículo.

Hay que ser sincero y decir las cosas tal y como son: ridículo. Pero más allá de analizar lo que va a pasar a partir de ahora es conveniente pararse a pensar en cómo hemos llegado hasta aquí.

El repetido fin de ciclo

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Lo que surgió hace unos años como una especie de broma ante cualquier minicrisis del F.C. Barcelona se ha convertido con el paso de los meses en una triste realidad para el fútbol nacional.

En la Eurocopa de 2008 Luis Aragonés lo cambió todo. Decidió apostar por un núcleo de jugadores con un potencial inimaginable que venían gestando los mimbres de lo que sería el mejor Barça de la historia. Y lo hizo con la firmeza suficiente como para no temblar al dejar fuera de las convocatorias a algunas de las «vacas sagradas» de por aquel entonces.

Esta firmeza, esta visión es la que le hemos echado en falta a Vicente del Bosque.

Una convocatoria, decían algunos, para rendir homenaje a los grandes campeones del Mundo y dos veces de Europa. Pero es que a un Mundial de Fútbol no se va a rendir homenajes: se va a hacer un buen papel y, en el caso de los actuales campeones, a intentar revalidar el título.

Pero volviendo a 2008, si repasamos la alineación: Casillas; Sergio Ramos, Puyol, Marchena, Capdevila; Senna, Iniesta, Xavi, Cesc, Silva; Torres vemos que no difiere demasiado a la que trajo Del Bosque escrita desde España. Y ese es el mayor de los problemas: Que no se ha producido la conveniente renovación y han pasado desde entonces 6 largos años.

El ciclo empezó y terminó con él

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Don Xavi Hernández.

Principio y fin.

Lo llevo diciendo durante muchísimo tiempo. Cuando muchos entendidos del fútbol no se explicaban cómo Leo Messi, uno de los mejores jugadores de la historia, no era capaz de rendir al mismo nivel en el Barça y en la selección argentina, yo lo repetía: Xavi, Xavi y mil veces Xavi.

La injusticia futbolística para con él al no haberle brindado uno de los muchos Balones de Oro que se merecía quedará como una mancha imborrable en el ya sospechoso currículum de la FIFA.

Cuando a Xavi se le agotó el fútbol (o dio muestras claras de ello) las alarmas debieron saltar: tanto en el Nou Camp como en la Selección. Nadie hizo nada. El Barça se ha desprendido de quienes se suponían sus herederos (Thiago el año pasado y Cesc éste) y en la selección nunca se ha colocado a nadie de sus características tras él: el experimiento con pepsi-cola de Iniesta-Alonso-Busquets ayer no sirvió de nada.

La complacencia con la que nos hemos ido paseando a lo largo y ancho del mundo asumiendo que sentábamos cátedra con un nuevo modelo de fútbol nos cegó de una realidad que durante este mundial se ha hecho dramáticamente palpable: sin Xavi España ya no es España. O en realidad sí. En realidad vuelve a ser ese conjunto de grandísimos jugadores que juegan en grandes equipos pero que cuando juegan juntos no saben a qué están jugando. Xavi fue el pegamento, fue el catalizador que unió el talento y lo convirtió en la máxima expresión del arte del fútbol.

Pero como todo en esta vida, el tiempo no se puede detener y cada año que pasaba algunos observábamos cómo los pases de Xavi cada vez eran más cortos, más lentos y con más metros de distancia con respecto al área rival.

Una renovación necesaria

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Sería injusto, eso sí, hacer reposar sobre los hombros de Xavi toda la responsabilidad de este ridículo y, así mismo, otorgarle a él todo el mérito de los éxitos logrados en los últimos 6 años.

Al lado de él también estuvieron cuatro jugadores de los que tardaremos mucho tiempo en volver a ver sobre un terreno de juego: Iker Casillas, Carles Puyol, Andrés Iniesta y David Villa.

A ellos se les unirían posteriormente los Ramos, Piqué, Alonso y Busquets para convertir a la Selección Española en la diosa del balón controlado.

Las circunstancias así lo quisieron, una generación dorada nos ha dado a los seguidores al fútbol la oportunidad de poder decir dentro de 20 años que nosotros cantamos en directo el gol de Iniesta, que nosotros vimos como el mundo se asombraba ante un juego jamás visto.

Pero las etapas tarde o temprano terminan y ahora es el momento ideal, después de un fracaso de estas proporciones, para que se realicen cambios de calado. Es el tiempo de los valientes, de un nuevo Luis Aragonés al que no le tiemble la mano y despida con un apretón de manos a aquellos que ya no podrán darnos más noches de éxito.

El tiempo de Iker, de David, de Xavi, de Carles y tal vez de algunos más ha pasado.

Pero ante todo: Gracias

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Gracias David por convertirte en el verdadero 7 de España, por tu olfato, por tus ganas, por llevarnos en volandas con tus goles a la cima del éxito y por sacar de lo más hondo ese hambre por seguir ganando, seguir marcando.

Gracias Carles por tu entrega, por demostrarle al mundo que la ecuación que une esfuerzo y éxito es correcta en todas las facetas de la vida. Cada gota de sudor que derramaste nos hizo creer en imposibles. Jamás borraremos de nuestra memoria el momento en el que te alzaste al cielo de Puerto Elizabeth en Sudáfrica y asistimos maravillados a la máxima expresión de tu fútbol: corazón, garra y fe ciega. Estás hecho de la pasta de aquellos que graban su nombre en la eternidad.

Gracias Iker por tus milagros. Por dejarnos con la boca abierta cada partido. Por las alas que te han salido mil y una veces para hacer que la balanza siempre se decantase a nuestro favor. Por tu cercanía. Por la sensación de que si te encontrábamos algún día en un bar de pueblo nos tomaríamos unas cañas contigo hablando de lo bien que jugabais a fútbol. Tuyo es el momento en el que paraste nuestros corazones ante Robben en el mano a mano de todos los tiempos, en esa parada imposible. Gracias, capitán, por alzar al cielo de Johanesburgo la dorada copa que colocaba a España, al fin, en el lugar que le correspondía en el Olimpo futbolístico.

Y gracias Xavi. Gracias por sacar de tus botas la revolución que llevó a los equipos donde jugaste a la cima histórica de su juego. Tu has sido el constructor, el cerebro, el creador de un paradigma de este deporte que nos has dejado como legado eterno. Y yo personalmente he podido disfrutarte en la selección y sufrirte en el Barça. Ying y yang. Ese claroscuro que caracterizaba tu juego: jugando en la sombra para dar luz al resto. Tu herencia al fútbol mundial es de un valor inconmensurable y, pese a que los focos hayan estado más pendientes de argentinos o de portugueses en una batalla más comercial que futbolística, nosotros, los que disfrutamos del verdadero fútbol más allá de los colores, te lo agradecemos. Quizá no sea un balón oro, pero creo que hablo en voz de muchos cuando te digo que tal vez sea mejor premio el reconocimiento, el respeto y la admiración que has logrado de todos: hasta de un madridista de cuna como yo.

Lo intentamos. Fracasamos.En Francia 2016 volveremos a intentarlo. Ese es nuestro espíritu.

Crónica de un desastre anunciado

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Tenía que pasar.

Analizas un poco con calma lo que ha sido esta temporada y la suma de las últimas tres y en realidad el resultado era bastante previsible.

Llegada.

Cuando aterrizó en Madrid hace tres años, José Mourinho venía con un objetivo muy claro: derrocar a uno de los mejores Barças de todos los tiempos. Tres años después lo que parece el declive futbolístico del Barcelona no se ha producido gracias a la aparición de un Real Madrid todopoderoso sino al paso inexorable del tiempo para su cerebro y corazón: don Xavi Hernández.

Todos recordamos como la euforia de la llegada del «Special One» dejó paso a una vergonzosa manita en el Nou Camp. A Piqué levantando la mano y lo que vino después.

Y se lo perdonamos.

Creímos que sería capaz. Tenía los mimbres: 300 millones y pico de euros después. Era un «winner». Lo iba a conseguir.

Gestionó un cúmulo de derbis rebajándolos a partidillos callejeros donde se veía más a Pepe y a Alves que a Cristiano o a Messi. Donde incluso el ambiente de la selección española peligró hasta el punto que Iker, y aquí quizá empezó a labrarse su porvenir con el luso, tuvo que llamar a Xavi y arreglar las cosas con él como se arreglan las cosas entre amigos.

La Copa.

Después de unos cuantos descalabros más llegó la final de Copa. Y ahí se vio lo que buscaba Mou. Un Madrid físico, rápido, preciso como un estilete, que fue capaz de ganarle a un Barcelona todavía en la cima gracias a un gol del portento que es Cristiano capaz de correr y saltar a los cielos de Mestalla después de más de 100 minutos de partido.

Todos creímos que había llegado el momento. ¡ Ahora sí ! La Décima era el objetivo. Y ese objetivo nos cegó. No vimos cómo José vilipendiaba los valores más profundos de un club que debe estar siempre por encima de sus trabajadores. No vimos cómo usaba al Real Madrid como plataforma publicitaria, como palestra donde ladrar sus miserias y sus pataletas, sus envidias y sus rencores. Pensamos que lo hacía por proteger a sus jugadores. Por centrar el foco en él en lugar de en ellos. Nos equivocamos.

La Liga.

Y llegó la Liga de los 100 puntos. Nos quedamos a las puertas de la final de Champions, sí, pero ganamos la Liga con la mayor cantidad de puntos de la historia. Y eso nos bastó. Nos volvimos a decir: el año que viene cae la Décima. El primer año la Copa, el segundo la Liga, era sensato suponer que éste sería el año de «la orejona». Y nos volvimos a poner la venda en los ojos.

Ese Madrid imbatible empezaba ya a mostrar serias carencias: carencias en defensa y en creación de juego y sólo un Cristiano al que injustamente su carácter y su mala publicidad le han privado de más títulos personales mantenía a flote el barco. Así que no quisimos ver que el Madrid jugaba como un equipo pequeño, como jamás debería jugar el Madrid, al contraataque. Sonreías al escuchar «es el mejor contraataque del mundo» como si se tratase de un halago en lugar de una seria advertencia.

La nada.

Hasta que entramos en 2013, el año en el que todas las circunstancias han confluido hasta llegar a este punto ya insostenible. El Madrid vagabundeó en liga siendo una sombra barata de lo que había sido. El contraataque sólo sostenido por Cristiano no era suficiente. Di Maria  tras su renovación sólo dio algunos destellos del jugador que apuntaba maneras. Özil era incapaz de aguantar un partido de 90 minutos. Modric estaba adaptándose. Alonso cada vez podía menos y el Madrid lo necesitaba más. La defensa hacía aguas. Y, lo que clamaba al cielo, el Real Madrid, el de los más de 400 millones de euros de inversión en jugadores, no tenía delantero centro.

Aquí aparece Mourinho y su circo. Algo debió pasar en el vestuario y decidió tratarlo a su manera: públicamente. Se cargó a Casillas y en su lugar puso a Adán con una explicación que sólo se creía él y que aplaudían sus acólitos justificando lo injustificable. Luego la fortuna, que a veces es caprichosa, se alió con él y la lesión de Iker precipitó el fichaje de Diego López. Destronado el santo y seña de el Madrid de los últimos 10 años, empezó a cargar contra otros jugadores conforme le parecía.

Hizo de la desgana su bandera y de Karanka su palmero. Quién te ha visto y quién te ve Aitor. Difícilmente te sentarás otra vez en el banquillo del equipo que tanto defendiste como jugador una vez larguen a tu amo.

Dada la Liga por perdida y con la Copa en el limbo, el Madrid se centró en la Champions. Tras una primera fase irregular fue pasando de ronda gracias a los pocos problemas, salvo ese Manchester al que nos tuvimos que cargar con uno menos, que los equipos le presentaban.

Dortmund fue nuestro Oktoberfest. Llegamos henchidos de ese orgullo que nos sale a veces cuando escuchamos «La Décima», pensando en una posible final contra el Barça y salimos emborrachados de buen fútbol, pero no del nuestro. Salimos con cuatro goles en la espalda, la cara pintada, y otra vez apelando al «espíritu de Juanito», que en 28 años que tengo rara vez ha dado resultado. Tampoco lo dio esta vez.

El fin del ciclo de Mou.

Con la Rúa del Barça campeón de liga todavía reciente en los noticiarios anoche era el momento de salvar una temporada insalvable. La Copa de SM el Rey era un arma de doble filo. Si el Real la ganaba se la infravaloraría por considerarla un trofeo menor. Si la perdía se magnificaría por ser en el Bernabéu y frente al Atlético.

Y volvió a montar el Circo. Con una defensa en la que sólo un Ramos lesionado podría salvarse. Poniendo a Alonso de mediocentro defensivo y con el Benezma más desmotivado que se recuerda en años, el Madrid le plantó cara al «mejor Atlético» de los últimos tiempos que venía de perder en el Bernabéu en uno de los partidos más horrorosos de este año.

Ese es el momento justo en el que toda una temporada, los mensajes, los comentarios, los gestos, el ambiente, pasan factura. Y de aquellos barros, estos lodos. Como muestra el descanso de la prórroga, con un Atlético ganando unido en una piña y un Madrid, sin Mou expulsado ya, cada uno a su aire.

Se consumó el desastre. El Madrid perdía la Copa frente al Atlético en el Santiago Bernabéu. Ya tienen los colchoneros para otros 20 años de desdichas. Lo doloroso fueron las formas. Ver al Madrid desquiciado, volviendo a apelar a la épica. Con Cristiano incontrolable en la caseta antes de tiempo y  el entrenador anfitrión sin subir a felicitar al vencedor. Ese no es el Real Madrid Club de Fútbol.

El de ahora es un equipo roto. Incapaz de saber a qué juega. Marcado por un técnico que suple su falta de liderazgo con un exceso de camorrismo. Que intenta compensar su evidente incapacidad de jugar un fútbol vistoso con kilos y kilos de músculo. Anoche las vergüenzas del «Special One» quedaron expuestas ante más de 80.000 seguidores en vivo y unos cuantos millones más por televisión.

Ahora Mou dice que la temporada es un fracaso mientras cierra la maleta con destino a las islas británicas, allí donde tanto le desean que no están dispuestos a pagar ni un duro por él. No, querido José, el fracaso eres tú.

Felicidades campeones

Las mieles del triunfo son siempre dulces. No importa cuán larga haya sido la travesía. No importan los obstáculos, los momentos en los que la idea de dejarlo todo apareció. Una vez se llega, una vez se consigue, ese momento es suficiente para enterrar a metros de profundidad todos esos recuerdos negativos.

Pero todas esas experiencias durante el camino tienen su cometido: darle valor a la victoria. La victoria conseguida tras el esfuerzo y la superación personal es la verdadera victoria.  Es la victoria que nos hace crecer como personas, nos permite mirar hacia adelante marcándonos metas todavía más complicadas. Nacida de la esperanza del logro, se convierte en el combustible de nuestro incasable afán de mejora ilimitada.

Hoy ganan y ríen unos. Mañana quizá lo hagan otros. Lo importante es quedarse con el mensaje, con la esencia que el deporte y la vida misma nos transmiten día tras día: el verdadero éxito, el que perdura, el que se saborea, es aquél que nace de la esperanza y crece alimentándose del esfuerzo continuado de aquellos que un día se levantaron y marcaron en su calendario un imposible y lo convirtieron en realidad.