Blog personal de Sergio Madrigal donde encontrar textos sobre ciencia y tecnología, psicología, cine y literatura y quizá alguna cosita más.

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En mi lista de propósitos anual he descubierto que hay dos grandes categorías de objetivos.

Por un lado están los propósitos temporales, las motivaciones que son flor de un día (o de un año), que nacen de circunstancias puntuales, modas, intereses que vienen y luego terminan yéndose. Estos propósitos duran lo que tarda en llegar el momento de volver a pensar en un nuevo año: ahí las circunstancias han cambiado, las modas pasajeras desaparecen, los intereses se redirigen o, sencillamente, dejan de interesar.

En el otro lado de la lista están los propósitos de siempre. Los que me han acompañado toda la vida y que, a pesar de representar en sí mismos la prueba de que «nunca llegaré a cumplirlos», siguen perpetuándose año tras año.

Entrecomillo lo de nunca llegaré a cumplirlos porque ahí está la clave. No se trata tanto de la cantidad de propósitos, ni siquiera de su dificultad aparente. Aquello que hay detrás de mi fracaso a la hora de cumplirlos es mi percepción de qué significa haberlo hecho, de cómo mido un objetivo cumplido.

En una mentalidad tan acostumbrada a un mundo binario como la mía, cuesta definir situaciones intermedias. Y en una realidad tan alejada de contextos polarizados, tan difícil de parametrizar entre el blanco y el negro, existen pocas cosas que puedan etiquetarse de esta forma.

Es en esa relación de complicado encaje donde mis propósitos anuales tratan de existir. Interviniendo en fechas señaladas, como ahora, para recordarme que no he dejado de querer las mismas cosas: saber más, llevar a cabo aquel proyecto que inicié hace dos años, dedicar más tiempo a lo que me apasiona (si alguna vez existió) y, en definitiva, acercarme algo a ese yo ideal que he tenido siempre en mi cabeza.

Este año volveré a hacer esa lista. Volveré a escribir todas esas cosas que me encantaría hacer y que no he sabido o no he podido terminar. Lo hago más por tradición que por su efectividad, que igual que las listas mágicas para cumplir objetivos o los 5 trucos que te harán más feliz, son una especie de Reyes Magos de la psicología. Existen solo de forma ilusoria en nuestra cabeza.

Lo que he aprendido tras todos estos años de propósitos fallidos es que, en su lento discurrir hacia el fracaso, han ido dejando en la cuneta muchos pequeños éxitos. Logros que pasan desapercibidos eclipsados por ese enorme menhir que son los objetivos estáticos, tan ambiguos, tan difíciles de categorizar. Y en cada uno de esos diminutos pasos hacia adelante, en definitiva, es donde me veo avanzando en el propósito más importante de mi vida: intentar cada año ser un poco más feliz.

La importancia de los títulos universitarios

Hace ya un tiempo vengo escuchando en diversos ambientes una especie de sonido de fondo en el que veladamente, nunca directamente, se menosprecia el valor de un título universitario.

Curiosamente ese menosprecio viene, en la mayoría de los casos, desde la tribuna de aquellos que no disponen de ningún tipo de título.

Los que me conocen bien saben que no soy de los que defienden el valor de un papel en el que se dice que sabes hacer algo frente a la experiencia de haberlo hecho. Soy un ferviente defensor del empirismo laboral: el que sabe realmente cómo funcionan las cosas es aquel que ha tenido que lidiar con la realidad de las mismas y la problemática que las rodea y esto muchas veces no aparece escrito en los libros teóricos.

No busco por tanto entrar en el debate del enfrentamiento directo entre el nivel de estudios y la experiencia, aunque sí que diré que, como todo en esta vida, la perfección se alcanza con el equilibrio: un buen nivel de estudios y una buena experiencia.

Pero volviendo al tema que nos atañe hoy, cuando leo o escucho esos ataques encubiertos contra los títulos trato de contenerme, pero una carrera universitaria es harina de otro costal. Una carrera universtaria para empezar implica un elemento crítico que aquellos empeñados en devaluarla obvian (mal)intencionadamente: el increíble sacrificio que lleva obtenerla.

Sacar adelante un proyecto como una Ingeniería, una Licenciatura o una Diplomatura es algo que acarrea horas y horas de concienzudo trabajo y esfuerzo. Y no sólo eso. Además del esfuerzo se requieren una serie de habilidades fundamentales en la futura vida laboral: capacidad de síntesis, desarrollo de soluciones a problemas, planteamiento de alternativas, etc., sumado a conocimientos fundamentales de los que mucho de esos «críticos» carecen.

Todo esto lo proporciona una carrera universitaria. Y a partir de ahí, todo lo demás: la de Matemáticas, la de Física o la de Química, las herramientas para cambiar cómo comprendemos el mundo, las Ingenierías, la capacidad de reinventar la rueda, de hacer realidad los sueños de miles de bombillas esperando a encenders; las ciencias sociales, la economía, la psicología, el conocimiento acerca del comportamiento del ser humano y de aquello que le rodea para predecir y prever futuras situaciones y actuar ante ellas y, por supuesto, las ciencias naturales, la biología y la medicina, para entender de qué estamos hechos como especie, para arreglarnos e incluso mejorarnos.

Así que no, para triunfar en esta vida y ser un buen profesional, no hace falta tener un título universitario. Pero el poseedor del mismo no tiene un trozo de papel sin más. Tiene el resultado de años de sudor y duro esfuerzo y la prueba física de que tiene las capacidades y los conocimientos básicos para convertirse en un gran profesional de su sector.

La próxima vez que lea o escuche una de esas frases lapidarias haré como hace mi padre cuando menosprecian el valor de haber obtenido una plaza de funcionario tras una oposición, les diré a esos gurús del siglo XXI, vendedores de humo y genios del nadismo vestido de frases motivacionales de restaurante chino de barrio: cuando queráis, os sacáis una y me venís y me contáis qué tal.

Encontrando el tema adecuado

Cuando iniciamos un nuevo proyecto y una vez hemos decidido emplear una plataforma de gestión de contenidos (CMS), el siguiente paso tras la instalación de la plataforma va a ser el de seleccionar qué tema vamos a usar para nuestro front-end.

Aunque parezca a primera vista una tarea trivial (a priori se trata de buscar un diseño que nos guste y su proceso de instalación resulta más que sencillo), en realidad se trata de un paso clave que va a influir de manera determinante en el éxito de nuestro proyecto por varios motivos.

La importancia del diseño. 

Imagen

Está claro que para los seres humanos, en su inmensa mayoría, la primera toma de contacto con cualquier producto se realiza a través del sentido de la vista. En el mundo de Internet esta situación se produce de forma más notable puesto que hasta que no se desarrollen tecnologías del futuro, nuestra interacción con las páginas web se reduce a la vista y el oído.

Por ello es fundamental decidir qué queremos que transmita nuestro diseño en relación al producto que vamos a tratar de vender. ¿Buscamos sencillez para transmitir que lo importante ese el servicio que proporcionamos? ¿Nuestro producto debe mostrar creatividad y resultar atractivo para el usuario?

Interactividad

Muchos de los productos o servicios que desarrollamos requieren una interactividad por parte del usuario: ya sea una tienda online o una página de juegos al final el usuario va a tener que interactuar con ella. Por muy genial que sea nuestro entorno, por muy cuidado que sea el diseño gráfico, si olvidamos por un sólo instante que el usuario tiene que estar cómodo, tiene que entender lo que está sucediendo y sobretodo, tenemos que responder ante lo que él espera, estaremos completamente perdidos. Un usuario descontento raramente suele volver a visitarte.

En una mundo tan salvaje como el de Internet en el que cada día surgen nuevas ideas muy similares, cometer este tipo de errores es, sencillamente, letal.

Rapidez

Que sí, que jQuery es una maravilla, que cuando se empezó a pensar en que el navegador hiciera el trabajo sucio alguien llegó a la conclusión de que había cuadrado el círculo. Pero parece que nadie se paró por un momento a imaginar que no todos tendrán un Core i7 con 16 GB de memoria RAM.

Una página lenta es una muy mala página. Los efectos javascript están geniales para un nicho de negocio específico, no para todos. Si eres un gabinete psicológico lo que interesa es que tus futuros clientes vean qué servicios ofreces, tus tarifas, la forma de ponerse en contacto contigo y no que se pierdan entre movimientos alucinantes de fondos e imágenes de resoluciones imposibles.

La rapidez es una virtud indispensable para una página web. Hay estudios que han valorado el tiempo de atención medio de un usuario en una página y, creedme, es más bien escaso.

Tras algunos años de experiencia jugueteando con este tipo de problemas, mis consejos se reducen a tres:

Se simple, se directo. Busca ante todo que lo que sea relevante sea lo que vendes. Está claro que hay temas preciosos y llenos de extensiones maravillosas que hacen cabriolas en el aire. Pero al final tu objetivo, y eso no se te debe escapar, es vender tu servicio/producto. Enfoca todos tus esfuerzos en esa dirección.

Domina el terreno de juego.  Hay temas geniales, muy profesionales, con un panel de configuración más propio de un Boeing que de una plataforma web. Hay que tener mucho cuidado con esto y ser sinceros con uno mismo: ¿Hasta dónde llegan mis conocimientos? ¿Voy a pasar más tiempo customizando y adaptando mi tema para que funcione que desarrollando mi idea de negocio? Los errores más comunes que he visto cuando se elige un tema profesional son precisamente los relacionados con la incapacidad de los administradores del CMS de gestionarlos correctamente.

No pierdas el tiempo. Es una decisión importante ya que se trata de la imagen que va a tener tu producto o servicio para el resto del mundo pero mucho ojo con eternizar el proceso. Al final tu objetivo es vender un producto, un buen producto, un producto genial. Dedícale el tiempo justo al envoltorio y lánzate a lo que de verdad importa: tu idea de negocio.

Box sale a bolsa con una oferta pública de 250M$

Finalmente los rumores se confirman y Box, la plataforma de almacenamiento en la nube, saldrá a bolsa con una oferta pública de 250 millones de dólares.

Según comentan en Mashable, la propia empresa ha afirmado que no tiene una expectativa de beneficios a corto plazo y que se requerirán fuertes inversiones para hacer frente a los desafíos que otros grandes competidores (Dropbox, Google Drive, etc.) les puedan presentar.

Box cuenta con más de 25 millones de usuarios registrados pese a que el 93% de éstos son usuarios gratuitos, aunque si que presta servicios de pago a 34.000 empresas.

Las acciones de Box aparecerán en la bolsa de Nueva York bajo el nombre: BOX. Este movimiento demuestra un alejamiento de las start-ups tecnológicas del conocido mercado de valores Nasdaq.

La industria del almacenamiento online ha sido una de las más competitivas y con un crecimiento más rápido en el mundo de las nuevas tecnologías. Tanto Box como Dropbox son los actores más jóvenes de una industria que actualmente incluye competidores de la talla de Google, Microsoft o Cisco.

La precipitación de este y otros movimientos similares (Dropbox también planea su salida a bolsa) pueden deberse en parte a las nuevas estrategias agresivas de las grandes, como Google, que ha rebajado sensiblemente sus planes de precios para el almacenamiento online.

«El mercado en el que participamos es intensamente competitivo, y si no competimos eficientemente, nuestros resultados operativos pueden verse dañados» comentaban fuentes de la compañía durante el proceso de salida a bolsa.

Box fue fundada por Aaron Levie y Dylan Smith en 2005 y recibió por aquel entonces 350.000 dólares de inversión por parte de Mark Cuban. A esto le siguió un año después más de 1.5 millones de dólares en una ronda de inversión. Actualmente cuenta con una inversión total de cerca de 420 millones de dólares y en su última ronda de inversiones la compañía se valoró en 2.000 millones de dólares.

Esto no hace sino demostrar el camino directo que está tomando toda la tecnología impulsado por dos motivos esencialmente técnicos: el aumento exponencial del ancho de banda y la mejora de la capacidad de proceso de los sistemas. Gracias a ello, el concepto de «cloud computing», tan interesante pero inabarcable hace unos años, es ahora una realidad y, lo que es más importante, una jugosa oportunidad de negocio en muchas áreas.

Vía | Mashable

La burbuja del emprendimiento (I)

Corría el verano del año 2010 cuando nos sumergíamos de lleno en una crisis donde los brotes verdes habían dado paso a los agujeros negros.

La gente empezaba a darse cuenta que la cosa iba para largo, Zapatero seguía siendo presidente del gobierno y España luchaba por labrarse un lugar en la historia del Olimpo futbolístico.

Y en esas que nos dio por emprender.

Emprender, que para empezar, ni conocíamos esa palabra. «Montar una empresa», «tener un proyecto», «dar forma a una idea», nos podían llegar a sonar, pero la traducción más o menos acertada del americano «entrepeneur» nos arrojaba como resultado: emprendedor.

¿Qué significaba eso?

Si buscamos la definición de Emprender en el DRAE, nos dice esto:

Acometer y comenzar una obra, un negocio, un empeño, especialmente si encierran dificultad o peligro.

(El destacado es mío).

Al final todo se reducía a lo siguiente: teníamos una idea, estábamos en crisis y nos decían que la crisis era el mejor momento para «emprender» y en eso que nos pusimos.

Empezamos a entender qué era eso del «Community Management», el «branding», el «márketing directo», a hablar de planes de negocio, de punto crítico, de producto mínimo viable, de estudios de mercado y de un sinfín de términos que bien podrían dar lugar a un dialecto del propio castellano: el emprenderil.

Palmadas en la espalda, vuestra idea es cojonuda, os forraréis seguro. Todo eso era una constante en todas y cada una de las charlas/conferencias a las que cualquiera acudiese. Supongo que de haber existido, el detector de autofelaciones habría explotado en alguna de ellas.

Una orquesta perfectamente sincronizada cuyo objetivo era, sencillamente, dar de comer a ese insaciable ego del que se considera futuro conquistador del mundo, el Jobs de Villagarcía de Abajo.

Estamos en 2014, han pasado ya unos cuantos años desde aquel verano del 2010, que bien podría ser una canción de amor, y de aquellos barros, estos lodos.

El mensaje se ha mantenido, las condiciones han empeorado, los que en su momento eran conferenciantes ahora son gurús y han dejado paso a nuevos «iluminados» todavía más incompetentes y profanos en la materia. La gente ha comulgado con la idea que muchos han querido transmitir intencionadamente: emprender es gratis y te haces rico. Mira al tipo de Facebook. Y esa incansable máquina de venta de éter como bien inmaterial no ha dejado de funcionar ni por un segundo.

Luego, eso sí, se han dedicado a cortar y pegar miles de frases motivacionales extraídas de algún libro de autoayuda, a plagar sus cuentas de Facebook, Twitter o sus blogs de verborrea superficial para dejar claro que el esfuerzo y la confianza en uno mismo son fundamentales.

Por desgracia, en un país como el nuestro de extremos, hemos pasado de la casta empresarial de finales de siglo XX anclada en conceptos propios del XIX  a crear una corriente empresarial donde impera la venta de humo, a menudo proporcionada por personas de dudosa credibilidad y experiencia en la materia, y que nos ha llevado a crear una nueva burbuja, que tarde o temprano explotará: la burbuja del emprendimiento. 

Mejora tu productividad con 2 ideas

moleskine

Lo he leído ya tantas veces en tantos sitios que algo de razón tiene que haber en ello.

Los que trabajamos frente a un PC con conexión a internet y somos usuarios intensivos de la red tenemos un problema relativamente severo con nuestra productividad.

Si os fijáis, tanto los navegadores como el resto de aplicaciones nos empujan hacia la multitarea. En mi caso abro el navegador y casi por defecto tengo cuatro o cinco pestañas ya abiertas: el correo, alguna red social, un buscador y la web que esté en ese momento visitando.

Sobre esta base voy moviéndome a través de enlaces, recursos, etc., incrementando en muchas ocasiones el número de pestañas hasta números que superan la veintena.

En definitiva algo inmanejable y que mina considerablemente mi productividad.

Si a esta receta le añadimos el ingrediente de la asincronía de las redes sociales: cóctel explosivo.

Una posible solución.

Soluciones ante este problema las podéis encontrar en cualquier rincón de la red, ahora que está muy de moda eso del “coaching 2.0” y en número tan grande que es muy posible que se contradigan unas con otras.

Mi experiencia me dice que hay dos que son claves a la hora de evitar este problema:

  1. Define un plan muy específico. Es cuestión de dedicarle unos pocos minutos antes de ponernos a trabajar a definir de forma esquemática cómo nos vamos a mover durante nuestra jornada laboral. No tiene que ser algo estricto, que ya sabemos todos que los fuegos van apareciendo solos, pero sí algo lo suficientemente definido como para que no perdamos tiempo pensando por dónde hemos de ir.
  2. Monotarea. Esta es la clave. Siempre he tenido la falsa sensación de que cuantas más cosas haga simultáneamente más productivo soy. Es un error común y fundamental contra nuestra eficiencia. Una vez que en el punto 1 has decidido qué vas a hacer en la próxima hora, dedícate a hacer eso y nada más que eso. Enfoca toda tu capacidad en terminar esa tarea. No te disperses.

Lo demás viene como añadido a estas dos reglas. Tómate descansos, da rienda suelta a tus necesidades sociales en ellos, define bloques de trabajo que se adapten correctamente a tu forma de trabajar.

Es fundamental que te estudies y aprendas a conocer de qué modo te desenvuelves mejor, durante cuánto tiempo puedes permanecer concentrado, etc.

Al fin y al cabo somos diferentes y no necesariamente las mismas técnicas específicas funcionarán igual en unos que en otros.

Cambio de estrategia con PS4

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Leo en bastantes páginas especializadas del mundo del videojuego dos noticias que aunque a priori no tienen mucha relación entre sí, en realidad son causa y consecuencia.

Por un lado Sony ha presentado este año un balance económico positivo por primera vez en unos cuantos años. Está claro que conviven muchos factores económicos, sociales y estructurales que han llevado al gran marca nipona a entrar en pérdidas en años consecutivos pero uno de esos factores, sin lugar a dudas ha sido su videoconsola: la Playstation 3.

En su día, cuando se lanzó en 2007, fuentes de Sony aseguraban que se perdían entre 40 y 50 dólares por unidad vendida. El objetivo fundamental en esa época por parte de Sony era introducirse en el mercado en el que XBOX le llevaba cierta ventaja aún a costa de poner en riesgo sus balances económicos anuales.

Este sobrecoste, siempre según Sony, se produce debido a que se emperraron en desarrollar una tecnología propia para PS3 basándose en una arquitectura a medida: los procesadores Cell. Esto llevó unido, además de un desembolso importante en desarrollo, una dificultad añadida para los desarrolladores que tenían que trabajar con el kit de Sony.

No ha sido hasta años después, con un parque inmenso de videconsolas en los hogares de todo el mundo cuando Sony ha empezado a rentabilizar el hardware de la PS3.

Parece, sin embargo, y aquí viene la segunda noticia, que no están dispuestos a repetir los errores del pasado y han afirmado que la Playstation 4 no generará pérdidas desde que comience su distribución. Gracias en parte a que ya disponen de una infraestructura dedicada y una inversión amortizada con la Playstation3, pero sobretodo porque han decidido que partes del hardware de su nuevo sistema sean desarrolladas por terceras empresas con las que han llegado a acuerdos abaratando así el coste final del producto.

Lo realmente interesante de esta situación es comprender el movimiento estratégico que ha realizado Sony. Es mucho más rentable abrirse a la posibilidad de convenios con terceros que nos proporcionen partes de nuestro producto. Por un lado porque seguro que una empresa especializada en el desarrollo del componente A tendrá un proceso mucho más eficiente y con unos resultados mejores que si tenemos que empezar nosotros a desarrollarlo, por otro, porque dado que dispondrán de una fuerte estructura de negocio, su coste será mucho menor.

Sinergia, lo llaman.

Escoge el motivo correcto

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Cuando decidimos planificar un proyecto, sea cual sea, desde redecorar una habitación hasta crear una empresa, una de las variables que van a resultar fundamentales en el éxito y la consecución de nuestros objetivos es, sin lugar a dudas, el motivo.

A priori resulta tan obvio que para muchos pasará desapercibido y puede llevar al fracaso de nuestro proyecto.

No es lo mismo, volviendo al ejemplo inicial, querer redecorar una habitación porque disfrutamos con ello, porque sentimos que la habitación lo necesita y porque el resultado final nos va a hacer vivir más a gusto y en mejores condiciones que hacerlo porque la vecina del cuarto lo ha hecho también, porque quiero hacerle fotos y publicarlas en las redes sociales para que vean lo moderno que soy o porque no sé qué hacer con el dinero que tengo.

Tengo la sensación de que no hay motivos correctos o erróneos sino que hay motivos más correctos que otros. Puede ser perfectamente aceptable que quieras desarrollar una aplicación para Mac con la intención de hacerte rico y retirarte, pero quizá con esa motivación tengas más difícil alcanzar el objetivo inicial. Tal vez te pases más tiempo buscando cómo comercializar la aplicación, como hacer que genere dinero, en lugar de centrarte en cómo hacer una buena aplicación, la utilidad de la misma, la facilidad de su uso, etc.

Si planteas todo proyecto como una experiencia personal, un viaje a lo desconocido que te va a hacer crecer como profesional y como persona y buscas como resultado ayudarte a ti y a los demás, más allá de intereses económicos o de ego, estarás sembrando el éxito sobre un terreno muy fértil.

Nadie te asegura que tu proyecto termine resultando y consigas aquello que te propusiste al empezar pero estoy seguro que lo que extraigas de él será mucho más beneficioso si escogiste el motivo adecuado en su momento.

Una buena idea no es suficiente

Por qué una buena idea no es suficiente.

Vivimos momentos difíciles y es en crisis cuando el ingenio del ser humano alcanza sus cotas más altas.

Esto, en cierto modo, es comprensible. Cuando las cosas funcionan bien nuestro organismo tiende a buscar la estabilidad. Cuando las cosas no funcionan tan bien, necesitamos encontrar una solución.

En la actualidad nos encontramos con que el mundo del emprendedor ha sufrido un considerable auge debido, en su mayor parte, a la delicada situación económica por la que atraviesa nuestro país.

Miles de ideas, buenas, regulares y malas, campan por doquier prometiendo ser la piedra filosofal, el nuevo Yahoo! (a Google ya no le alcanza nadie), la nueva Coca Cola, el nuevo Whatsapp.

Pero ¿es suficiente?

Desde mi punto de vista, no.

Hace falta más que una buena idea.

Las ideas son eso, ideas, entes sin concreción física, imaginaciones, a veces incluso irrealizables, de lo que nuestra mente considera que podría ser realidad. Las ideas hay que ponerlas en práctica y, para ello, más nos vale tener claras algunas cosas.

1. Motivación.

Cuando empezamos cualquier proyecto nuestro depósito de motivación está lleno a rebosar. Nos aseguramos que revolucionará el mundo o, cuanto menos, será un proyecto de éxito.

Ese depósito es finito y con el paso del tiempo los obstáculos del día a día, las frustraciones, las desilusiones y, sobre todas las cosas, la desviación entre la forma que tenía la idea en nuestra cabeza y aquello que estamos dando forma con las manos, hace que ese depósito se vaya vaciando.

Debemos pues tener claro que sin una concreción clara de lo que queremos y la seguridad absoluta sin fisuras de que vamos a lograrlo, es muy probable que ese depósito se vacíe del todo y el proyecto termine por fracasar.

No hay que dejar de creer en la idea, ni al principio, ni después, cuando cueste más creer en ella.

2. El Equipo.

Si tenemos en mente montar una idea con un grupo de personas aquí van algunas recomendaciones.

– Multiárea.
Está claro que muchas veces nos lanzamos a crear algo animados por gente afín y por ende nos organizamos entorno a personas cercanas: amigos, compañeros, conocidos, etc. El problema viene cuando juntas a personas con perfiles muy similares haciendo que el proyecto nazca con carencias importantes.

– Profesionalidad.
Amigos, hermanos, colegas. Todo vale a la hora de empezar con un proyecto. No obstante debemos sentar las bases de un trabajo correcto y profesional y aprender a discernir claramente el trabajo del placer.

– Constancia y Paciencia.
Los inicios son duros y hay que entender que se debe trabajar mucho y muy duro para poder lograr aquello que se anhela. Si todos reman en la misma dirección y con la misma fuerza el barco llegará a buen puerto. Si no es así, el barco se quedará en el mismo punto dando vueltas sin parar.

3. No dejes nunca de moverte.

Este punto es clave. Ve dos pasos por delante, no pienses en lo que estás haciendo ahora, que debes tener claro sino en lo que harás después de acabar lo siguiente que vas a implementar. Mirar hacia adelante es la única forma de no quedarse en el pasado, anclado, sin capacidad de reacción.

Hay mucho más detrás de un proyecto con éxito pero sirvan estas ideas para poner de manifiesto que una buena idea, por sí sola, no sirve de mucho.

Todavía

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Te levantas cualquier mañana y ves con resignación y tristeza que el mundo parece no tener solución.

Que los que deben ayudar al resto sólo buscan su propio beneficio. 

Que la sed de sangre por el dinero, por unas ideas, por unos dioses diferentes a los míos, a los tuyos, es lo que está marchitando este planeta.

Que todo está inventado, que nada se puede hacer ya que no se haya hecho antes. Que de nada sirve reivindicar, inventar, esforzarse, querer cambiar algo. Nada va a cambiar.

Debe ser entonces cuando te repitas: siempre es más oscuro justo antes de amanecer. 

Porque todavía…

Todavía quedan personas que siguen luchando sin importarles el final del camino.

Todavía quedan cosas que hacer, cosas que descubrir, cosas por las que sorprenderse, cosas por las que emocionarse.

Todavía hay oportunidades para cambiar el mundo, para revolucionarlo, para dejar tu huella en él.

Así que te deshaces de esa resignación y de esa tristeza, te desvistes de ese fatalismo autoimpuesto y decides que el traje de hoy será el del optimismo, el de la sonrisa ante lo que está por venir y te tatúas en el espíritu que:

Hoy es siempre todavía.