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El Daño Inevitable

Suele suceder que muchas veces, cuando nos enfrentamos ante una situación en la que alguien ha sido dañado emocionalmente, ya seamos nosotros mismos o alguien de nuestro entorno, repetimos alguna frase al estilo de “esto se podría haber evitado si…” “si las cosas hubieran sido de otra manera…”

Tengo la sensación de que en nuestra búsqueda incansable de encontrar respuesta a todas las preguntas que la vida nos pone por delante tratamos de racionalizar las emociones. Y esto vendría a ser como intentar resolver la cuadratura del círculo con una rama de naranjo.

Cuando involucramos emociones, sentimientos, en nuestras relaciones personales (lo cual, nos guste más o menos, sucede aproximadamente en el 100% de los casos), éstas tarde o temprano se escaparán a nuestro control racional.

“No te preocupes, que yo sé lo que estoy haciendo”

“A mí eso no me va a pasar”

“Tengo claro lo que siento”

Todo son frases que buscan convencernos de que mantenemos nuestra cuota de control racional sobre un ente tan sumamente ingobernable como son los sentimientos.

Así, cuando la verdadera y poderosa fuerza emocional se desata y la amígdala pasa a tomar el control total de nuestro cuerpo, nuestra capacidad de raciocinio se reduce al mínimo.

Es entonces cuando, inevitablemente, sufrimos. Y ese daño emocional, analizándolo con la medida calma del que observa desde fuera, es un daño inevitable. En cada una de las situaciones emocionales que a día de hoy os rodean. En todas aquellas relaciones donde hay sentimientos involucrados. Allí donde lo que llamamos “el corazón” tiene su cuota de responsabilidad en la interacción. Allí está el riesgo de salir dañado.

Tenemos, pues, como seres humanos racionales, el deber y la necesidad de asumir el rol que los sentimientos juegan en nuestra vida, de reconocer que nos agrade más o menos (probablemente menos que más) en algún momento u otro resultaremos dañados y, por último, lo más importante, de aprender con cada fracaso, con cada desengaño, con cada error, a lidiar con el dolor que trae consigo. Aceptarlo como parte de nosotros. Terminar incluso amándolo.

El daño no es más que otra muestra más de nuestra increíble capacidad de sentir emociones.