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Crítica: Joker (2019)

Cuando en El Caballero Oscuro, Bruce Wayne le pregunta a Alfred acerca de los motivos detrás de un absurdo comportamiento de unos criminales en Burma, el mayordomo le contesta con la mítica frase: “Algunos hombres solo quieren ver el mundo arder”

Joker (Todd Phillips, 2019) narra magistralmente lo que esconde detrás esa sinrazón. Algunos hombres solo quieren ver el mundo arder porque el mundo se encargó de prenderles fuego a ellos primero. Y en un mundo donde ya nada tiene valor, el fuego es lo único que queda.  

Joaquim Phoenix se marca una de las mejores interpretaciones que recuerde haber visto en la gran pantalla, alzándose como un sucesor a la altura del desaparecido Heath Ledger y elevando al personaje del Joker a los altares de la cinematografía.

La película es una deliciosa receta de lo que se necesita para construir a un supervillano. En una sociedad que se ha olvidado a los más vulnerables, Arthur Fleck, quien posteriormente terminará siendo el mayor de los enemigos de Batman, va cocinando a fuego lento una suerte de empatía con el espectador. Él es la víctima de un sistema podrido desde la raíz de su concepción y es, precisamente, en él, donde confluyen todas las miserias de nuestro tiempo.

De esta forma se desarrolla un vínculo estrecho pero incómodo en el espectador, que aprieta los puños al ver como la justicia impuesta mediante la violencia da respuesta a sus necesidades más animales, pero que, al mismo tiempo, se aleja de lo socialmente aceptado y lo coloca en una posición éticamente reprobable.

Uno comprende al Joker, llega a sentirse cómo él, pero el Joker está loco. Tiene esa clase de locura plagada de contradicciones, de ilusiones rotas y de mundos imaginarios. Un psicópata sanguinario que se cansó de anhelar ser aceptado. Pero que guarda, en algún lugar de su interior, su capacidad de sentir y de emocionarse.  

No somos él. No queremos ser él. Pero hay algo de él que nos atrae, que nos fascina.

Al Joker lo creamos nosotros, como grupo social. Él solo representa la suma de todos nuestros impulsos salvajes por tumbar un sistema que sobrevive devorando la poca humanidad que nos queda. Un sistema que se esfuerza en sacar de la ecuación humana la variable de la imperfección, de la diferencia. Como bien escribe el propio Arthur en su diario: “la peor parte de tener una enfermedad mental es que la gente espera que te comportes como si no la tuvieras”.

Esa dicotomía de víctima y verdugo lo convierte en el villano perfecto.

Él es nuestro lado menos humano.

Pero en él reside nuestra esperanza por cambiar el mundo.

Que ya lo dice Frank Sinatra…

I said, that’s life (that’s life) and as funny as it may seem
Some people get their kicks
Stompin’ on a dream
But I don’t let it, let it get me down
‘Cause this fine old world it keeps spinnin’ around

Nota: 9/10

Crítica: Interstellar (2014)

Cuando uno está sentado disfrutando de lo que parece ser una obra maestra sucede algo especial. Al menos a mi me pasa. Ocurre que en medio de la vorágine de sentimientos en los que andas inmerso tu cerebro para por un instante y te dice: disfruta, porque lo que estás presenciando te va a marcar.

Si a una obra maestra le añades un ingrediente más, que es, una temática que idolatras desde que tenías uso de razón y la capacidad para imaginar a través de las palabras escritas en papel, entonces lo que sucede trasciende lo meramente visual para convertirse en algo puramente metafísico.

Interstellar (2014, Christopher Nolan) es la culminación rayana a la perfección de eso. Leía ayer en un comentario que es la película que todo amante de la Ciencia Ficción lleva años soñando con ver. No podría estar más de acuerdo con esa afirmación.

Descubriendo Interstellar

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El argumento no es desconocido pero lo que caracteriza a los primeros momentos de la historia es su dosis de realidad. Estamos en una Tierra que sufre el azote de plagas y de unas tormentas de polvo a causa del cambio climático que hacen que la vida en el planeta sea cada vez más complicada. Lejos de mostrarnos un mundo post-apocaliptico distópico como últimamente nos presentan las denominadas teen-movies, la Tierra sigue funcionado y la Humanidad sigue viviendo a pesar de las circunstancias.

La vida sigue y hemos tenido que adaptar nuestra sociedad a las nuevas características de nuestro entorno.

Aquí Nolan ya me convence porque se aleja de topicazos manidos de una sociedad donde impera el ley del más fuerte y donde nos vestimos con trozos de uralita a modo de armadura medieval.

En estas circunstancias la actual sociedad ha renegado de la ciencia, sobretodo la aeroespacial, por considerarla un despilfarro de dinero cuando lo más acuciante es ser capaz de dar de comer a los millones de habitantes del planeta. Tal es el grado de apatía científica que se empieza a educar a los niños para que su futuro sea ser granjeros y se olviden de conquistar el espacio: genial la escena donde se dice que en las escuelas se va a empezar a decir que el hombre jamás llegó a la Luna.

Uno de esos granjeros, que en su día fue ingeniero y piloto espacial, dedica su día a día a intentar sobrevivir aplicando sus conocimientos de ingeniería en su nuevo trabajo. Hasta que algo cambia.

Un envoltorio perfectamente científico.

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Durante toda la película hay algo que impera por encima del resto de cosas y que dota a la historia de la fuerza y la solidez necesarias: la ciencia como ley sobre todas las cosas.

Uno de los mayores problemas de los que adolecen las películas de ciencia ficción es su escaso rigor científico. Giros inverosímiles de un guión que carece de base científica restan mucha credibilidad a esas historias.

Con Insterstellar disfrutamos de una increíble historia con una robusta base científica.

Está claro que a lo largo de la cinta hay algunas licencias cinematográficas pero en líneas generales se trata de una película científicamente muy sólida. (Si queréis una visión mucho más científica de la misma leed este interesantísimo artículo: http://danielmarin.naukas.com/2014/11/09/los-aciertos-y-errores-de-insterstellar/)

La verdadera razón de la historia: el amor.

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Si a la mencionada fortaleza argumental en relación a los conceptos puramente científicos le añadimos una dosis medida de emociones, lo que sale de ahí es algo maravilloso.

Porque en Interstellar lo que importa es el amor. El amor como vehículo y como motor. El amor como esencia inagotable de una de las mayores virtudes del Homo Sapiens: la esperanza. La mirada hacia las estrellas de aquellos que algún día las conquistarán. Y la lucha constante, día a día, fracaso tras fracaso, para que un buen día lleguemos al Sol.

Nolan, gracias.

Si a alguien le debemos agradecer esta estupenda epopeya es a los hermanos Nolan. Christopher como director y coguionista junto con su hermano Jonathan tejen una auténtica obra maestra donde son capaces de mezclar con buen criterio conceptos tan dispares como los agujeros negros y la relación paterno-filial.

La mano de Nolan (Christopher) se ve en muchos pequeños detalles, en esos giros a veces imperceptibles y otras veces notables de la historia que por momentos nos recuerda a Origen o a El Caballero Oscuro.

Siempre estarán aquellos que no les haya gustado.

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Mucha gente, no obstante, como suele ser habitual cuando hablamos de Nolan, ha criticado hasta la saciedad la película. De esa gran cantidad de críticos he decidido hacer dos grandes grupos.

El primero engloba a todos aquellos que por ignorancia, desconocimiento, o porque el día que visionaron la película estaban pensando en el partido de Champions del Madrid, no han entendido la película. Criticas que se centran en algunos detalles de la película que ya han sido explicados por parte de físicos, o que no alcanzan a entender lo que subyace a la trama de los viajes interestelares.

El segundo es para los que han tratado de enfocar sus críticas en aquello que no está en lugar de centrarse en lo que sí que está. De esta forma han buscado concienzudamente debilidades en el guión (que las tiene) o se quejan de cosas tan terriblemente importantes como que la banda sonora, que a mi me parece acertadísima, tenga un tema principal que se repite mucho (igual, digo yo, por algo se le conoce como tema principal).

Aunque, como en todo, para gustos siempre tendremos una infinidad de colores y tal vez yo esté muy condicionado por mi lado tan puramente científico.

McConaughey lo vuelve a hacer.

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Pero volvamos a las bondades que son incontables. Más allá de una historia alucinante y una forma de relatarla fantástica, la película se sostiene sobre un pilar del que pocos se han atrevido a poner en duda: Matthew McConaughey. Incontestable. Superior. Capaz de llevar todo el peso de la historia y dotar a los momentos emocionalmente críticos de un realismo desmedido. Sin lugar a dudas debería ser un candidato a estatuilla dorada.

Junto a él, Nolan ha vuelto a usar a Anne Hathaway. No es mi favorita. Cambié ligeramente de opinión con su inigualable Fantine en Les Misérables y me gustó mucho como Cat Woman en The Dark Knight Rises. En esta mantiene el tipo. En algunos momentos incluso supera las expectativas. Pero, al menos para mí, sigue a la sombra de McConaughey.

El resto del reparto, Caine a la cabeza, están muy bien. Mención especial, todo sea dicho, para ella, Jessica Chastain, con un papelón que complementa y completa a Matthew McConaughey de una forma sublime convirtiéndose en el centro gravitacional alrededor del cual orbita toda la película.

La música es otra obra maestra

Os comentaba antes las quejas sobre la banda sonora, obra del genio Hans Zimmer. Para empezar criticar a Zimmer es como para hacérselo ver. A mi entender la comunión entre la música y la historia roza la perfección.

Consigue sumar en las escenas que se necesita y desaparece en aquellas cuya carga emocional es suficientemente elevada como para no necesitarla.

Un final tan bueno como redondo

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Os escribo con Zimmer de fondo, recordando la emoción que despertó en mi la película, el sabor que dejó impreso cuando la terminé. El ser humano como fuente inagotable de desafíos hacia un mañana por descubrir, las paradojas temporales, la música, la inmensidad de un destino que nos pertenece. La mirada hacia arriba, hacia las estrellas, hacia la conquista de un imposible.

Impagable.

Historia: 10

Actuación: 10

Música: 10

Efectos Especiales: 10

Final: 10

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Nota: 10

Crítica: Batman The Dark Knight Rises

En realidad este post debería titularse: «cómo hacer la mejor trilogía cinematográfica de una adaptación de un cómic».

Sin lugar a dudas Christopher Nolan ha hecho mucho por el mundo del cómic y del cine. Mucho no, muchísimo.

Todas las adaptaciones que he podido ver, salvo contadísimas excepciones, han supuesto una notable decepción. Es muy complicado que un tío con mallas y los calzoncillos por encima de los pantalones, o lo que es peor, con una máscara, resulte mínimamente creíble.

Nolan sin embargo ha conseguido con esta trilogía demostrarle al mundo que una historia creíble, profunda y con actuaciones que rozan lo soberbio, basándose en un superhéroe de cómic, es posible.

No tiene desperdicio. Ni lo tuvo la primera película, ni la genial secuela ni este fabuloso desenlace. Christian Bale hace lo que sabe hacer casi a la perfección: bordar los papeles que le dan.

En esta tercera entrega de las andanzas del caballero oscuro por la ciudad de Gotham ahondaremos todavía más en la mente del multimillonario Bruce Wayne: sus miedos, sus debilidades, sus deseos…

Y todo esto en una película de dos horas y media que se pasa en un suspiro.

En realidad no os puedo contar mucho más: tenéis la obligación de ver las tres películas y saborear lo que significa la palabra «adaptar».