Blog personal de Sergio Madrigal donde encontrar textos sobre ciencia y tecnología, psicología, cine y literatura y quizá alguna cosita más.

Autor: Sergio Madrigal (página 1 de 71)

Adiós a Akira Toriyama

Las emociones juegan un papel nuclear en nuestra capacidad de recordar.

Esto explica por qué un olor, una canción, o cualquier otro tipo de elemento que nos conecte con una emoción pasada mejora nuestra habilidad para evocar momentos de nuestro pasado.

Los primeros acordes de Cha-la Head Cha-la de Hironobu Kageyama me transportan automáticamente a mis primeros recuerdos. A la felicidad en estado puro al llegar del colegio y dar con el capítulo de Bola de Drac Z sin empezar. Sí, en catalán. Siempre.

Nuestra construcción se cimenta en muchos de esos momentos que, inconscientemente, nos han ido definiendo. No podemos comprender quiénes somos ahora si no hacemos el ejercicio de mirar hacia quienes fuimos por aquel entonces.

Akira Toriyama ha muerto hoy. Y más allá de la tristeza humana por la partida, queda el enorme vacío en su marcha por todo lo que supuso, supone y supondrá su maravillosa obra que hoy queda huérfana. Sus trazos dieron vida a personajes que, además de perdurar en el tiempo, son piezas clave que nos permiten completar y comprender el puzle de nuestra existencia.

Hace unos meses despedíamos al irrepetible Ibáñez, sin cuyas viñetas el olor a periódico las tardes de los domingos no me habría hecho enamorarme de la lectura.

Hoy se ha marchado el culpable de que pasasemos las tardes merendando embobados frente a un barrigudo televisor cuadrado de 14 pulgadas.

Si a Ibáñez le estaré agradecido siempre por haberme dado el placer de amar el mundo del cómic, a Toriyama le debo mi idilio con la animación y la cultura japonesa.

Muchos le debemos, también, nuestro primer contacto con ciertos valores fundamentales de nuestra cultura: la amistad, la familia, el honor o el esfuerzo son temas centrales en todas sus historias. Ideas que sutilmente van dejando el poso de esos puntos comunes entre occidente y oriente. Aquellos lugares donde la humanidad no entiende de fronteras.

Akira Toriyama ha partido hacia ese cielo en el que le espera el Gran Rey Enma. Quien a buen seguro le granjeará el paso hacia el infinito camino de la serpiente.

Estoy convencido de que, desde el minúsculo planeta de Kaíto, observará con orgullo su tremendo legado y sonreirá de agradecimiento al sentir nuestra expresión más sincera de amor por sus irreemplazables historias.

Yasuraka ni nemuru Toriyama-sensei!

Viviendo a través de un cristal

El pasado 2 de Febrero, Apple lanzaba al mercado su nuevo revolucionario invento: las Apple Vision Pro.

Estas gafas de Realidad Aumentada llegaron con la intención de cambiar nuestra forma de interactuar con el mundo. Su capacidad de añadir elementos audiovisuales en un entorno real supone un paso hacia adelante en esa visión de un mundo donde la tecnología y la realidad sean prácticamente indistinguibles.

Una herramienta, una consecuencia de nuestra generación

Sin embargo, desde hace ya tiempo, todas estas supuestas herramientas maravillosas esconden una triste verdad generacional: hoy se vive cada vez menos en la realidad y cada vez más a través de una pantalla.

Lo irónico del asunto es que sonreímos a nuestros carceleros mientras aceptamos y normalizamos vivir encerrados tras unos barrotes de cristal.

Nadie se sorprende de ver cómo en una mesa llena de amigos impera el silencio mientras las cabezas agachadas interactúan frenénticamente un un cristal templado.

Se acepta como normal que en los vagones de un tren los teléfonos hayan sustituido a las conversaciones o a los libros.

Mires donde mires la presencia de las pantallas nos es imperceptible: han pasado a formar parte de nuestra vida.

Educamos, maduramos, sentimos y vivimos en ellas

Esto me hace reflexionar y preguntarme si no estamos ante la droga del siglo XXI.

Una droga mucho más adecuada para los tiempos en los que la química y los trastornos asociados a su abuso nos asustan. Una droga más silenciosa, pero tanto o más tóxica que las que arrasaron a finales del pasado siglo.

Aceptamos que esta nueva clase de droga la consuman niños, que la consuman nuestros amigos o que lo hagamos nosotros mismos.

Con todo y así, todavía hay personas que se niegan a reconocer que la adicción a las redes sociales o a los teléfonos móviles implican los mismos mecanismos de refuerzo y respuesta que cualquier droga química.

Y, como sucede con el alcohol y, en menor medida, el tabaco, su aceptación social la convierte en muchísimo más peligrosa porque el riesgo percibido es muy bajo.

Cada vez más aislados

Olvidémonos por un momento de toda la parafernalia técnica, del análisis psicólogo de la propia adicción y profundicemos más en la raíz social del problema y en una de sus peores consecuencias.

Es el momento en la historia que más aislados estamos. Aceptamos la transición hacia la autoreclusión con la misma alegría con la que muchos abrazaron los psicofármacos y su alienación de la realidad hace 30 o 40 años.

La soledad hoy se percibe como virtud, como objetivo vital. Las interacciones sociales, críticas en la supervivencia de nuestra especie, se producen a través de un sinfín de plataformas que nos deshumanizan.

Recuperarnos es volver al pasado

Por mucho avance tecnológico que nos ofrezca la ciencia, jamás deberíamos renegar de quiénes somos y de los elementos nucleares que nos han traído hasta este mismo momento del tiempo.

El ser humano es, en esencia, su contexto social, su red de relaciones que tejen una intrincada maraña de conexiones que nos permiten llegar más lejos de lo que lo haríamos solos. Que nos protegen, tanto física como mentalmente, de los golpes de la vida.

Renegar de ese espacio de reclusión, alejado de todos, es regresar a nuestra forma humana de comprender la vida como un camino que transitamos de la mano de muchas personas.

En definitiva, todo avance debería pasar por convertirnos en un poco más humanos y un poco menos máquinas.

Rituales

De un tiempo a esta parte he experimentado una fascinación especial por comprender muchos de los procesos asociados con la producción.

Desde el artesano japonés que dedica toda su vida a perfeccionar el arte de crear pinceles caligráficos hasta la gestión de pedidos en un Dunkin Donuts. Todas estas actividades comparten, en esencia, la puesta en valor de las rutinas.

Rutinas vs Rituales

Todo proceso conlleva necesariamente manejar rutinas establecidas.

Leí hace poco una frase que me encantó. Decía algo así como «un ritual es una rutina con significado para ti». Eso me hizo reflexionar sobre cómo los rituales terminan siendo fundamentales para aquellos que convierten una actividad en su pasión.

El ritual es una sucesión de acciones que representan algo. A diferencia de una rutina, un ritual no requiere un fin específico ni tiene por qué ir enfocado a un objetivo determinado, pero sí que exige que el completarlo tenga cierta trascendencia.

El ritual ha sido la forma que hemos tenido toda la vida de transmitir un mensaje. Ya sea a una comunidad, como a nosotros mismos.

Está tanto en la coreográfica ceremonia católica ejecutada al milímetro durante una misa, como en esa copa de vino tinto que se sirve mi padre justo antes de disfrutar de una buena comida.

Rituales que nos dirigen

Que un ritual no tenga un objetivo definido no implica que no podamos utilizarlo como mecanismo para alcanzar nuestras metas.

Si un ritual nos transmite un mensaje, ¿por qué no modular ese mensaje en nuestro beneficio? Podemos emplear el ritual para predisponernos hacia una tarea o, como mínimo, hacia una dirección determinada.

Para lograrlo, podemos convertir muchas de nuestras rutinas en rituales si les otorgamos un verdadero significado. Si vinculamos la acción con la emoción.

Acción y Emoción

Aquí está el elemento fundamental. La acción, entendida como la acción voluntaria, es un proceso que ejercemos de forma consciente y que, generalmente, está dirigido por nuestro lóbulo frontal.

En cambio, las emociones surgen de forma inconsciente desde otra parte completamente distinta de nuestro cerebro: amígdala, hipotálamo, etc.

Son dos circuitos independientes que puede ir de la mano si se aprende a relacionar la accion con la emoción. De esta manera, a través de este vínculo, desencadenar comportamientos, siguiendo un poco la idea de Albert Ellis y su Terapia Racional Emotiva Conductual.

Rituales en la vida real

La conclusión de todo esto es que quiero probar estas ideas en mi día a día.

Por ejemplo, justo antes de irme a dormir, quiero tratar de asociar todas esas pequeñas acciones que realizo casi de forma automática con un sentido real.

Quiero convencerme de que todo ese pequeño proceso desemboca en una sensación de placer cuando, después de un largo día, por fin me permito descansar.

Y ahí agregar aquellos pequeños pasos que quiero que doten de verdadero valor al ritual: diez minutos de lectura, dejar todo listo para el día siguiente… Cualquier cosa que me haga sentir que el proceso tiene sentido.

Igual es la enésima ida de olla que me viene de tanto mezclar filosofía, psicología y productividad barata de mercadillo.

Pero imagínate que funciona.

Crítica: La Sociedad de la Nieve

Hay muchas formas de hacer cine y todas y cada una de ellas tienen de alguna forma cabida en la gran pantalla.

J.A. Bayona es de esos directores que no hacen un tipo de cine, sino que hacen Cine, como concepto: único y sin especificar.

En su nueva producción, La Sociedad de la Nieve, podemos disfrutar de ese Cine. Una película que combina emoción, drama y personajes en una trágica epopeya basada en hechos reales.

Una misma historia, dos formas de contarla

¡Viven! (1993) alcanzó la fama en su momento por contarnos la dramática crónica de aquel accidente aéreo en los Andes, de las dificultades a las que se tuvieron que enfrentar los supervivientes para lograrlo. Es una grandísima película.

¿Qué sentido tiene hacer una nueva versión de la historia?

Pues porque si bien ¡Viven! se centra en el qué y el cómo de lo sucedido: en qué pasó y en cómo sobrevivieron (haciendo especial hincapié, aunque con elegancia, en ciertos elementos clave de su supervivencia), en La Sociedad de la Nieve, Bayona explora el por qué.

Toda la película transita en el bosque de emociones de los supervivientes, a veces en forma de susurros y otras veces convertidas en gritos, pero siempre buscando la humanidad de cada individuo: tanto de aquellos que salieron vivos de aquel trance, como de quienes se quedaron en el camino.

No son números de un desastre, no hay personajes más protagonistas que otros. Hay personas, cada una de ellas individualmente, representando un universo propio.

Una factura al alcance de pocos

Para poder contar en condiciones los hechos y dotar al conjunto de verosimilitud, J.A. Bayona se rodea de todo lo necesario: una fotografía impoluta, unos actores a la altura de las circunstancias, banda sonora, efectos, que hacen del conjunto una pieza para el deleite (y el esperado sufrimiento) del espectador.

Pero, por encima de todo, está la forma de contar. Porque te puedes rodear del mejor equipo y aún así, para que una película trascienda, necesitas saber contar su historia de tal manera que traspase la pantalla.

La Sociedad de la Nieve lo consigue prácticamente desde el primer minuto, absorbiendo la atención del espectador hasta su escena final.

Una oda a la amistad en medio de los límites de la supervivencia. Un cuento acerca de la bondad humana, del vínculo entre personas, de la vida y de la muerte como elementos antagónicos pero inseparables.

Es una maravillosa, tanto en lo trágico como en lo virtuoso, historia.

Nota: 7/10

Propósitos para 2024

Otro año termina.

Así de simple. 365 días después, aquí otra vez, intentando hacer el ejercicio de mirar hacia atrás y ser mínimamente honesto conmigo mismo.

Y, cómo ya dije hace un año: Los propósitos de año nuevo son una quimera y un arma de doble filo que lo mismo que nos divierte se puede convertir en una verdadera frustración vital.

Así que frente al papel en blanco, y con la lista de este 2023 en el cogote, me dispongo a enfrentarme al Sergio de hace un año.

Revisión de 2023

Aunque escribí la lista el 31 de diciembre de 2023, hice una pequeña revisión en Abril. La intención era continuar 3 meses después, pero bueno, ya conocemos las buenas intenciones.

Hoy me centraré en esa lista revisada, porque traté de ser más realista y más conciso y me vino bien para acotar mis expectativas:

Objetivos para 2023

  1. Leer 15 libros (~1/mes) ✅
  2. Publicar 24 posts (2/mes) ❌
  3. Hay 4 series que quiero empezar y terminar
  4. Quiero obtener 3 Certificaciones.
  5. Hacer deporte 2 veces a la semana. / Bajar a 80kg.
  6. Terminar el libro de Latín. 
  7. Completar el Proyecto Legendarium. Poner en marcha el Proyecto Alianza Digital.
  8. Viajar a 3 destinos diferentes a lo largo del año.

Visto así, 5 fracasos frente a 3 logros, uno se queda con la sensación de que no ha ido bien.

Pero es cierto que muchos de esos objetivos fallidos se han conseguido parcialmente.

  • He publicado 14 entradas, duplicando las que escribí en 2022.
  • He mantenido una rutina de hacer deporte que, si bien no me ha alcanzado para llegar al objetivo, me ha demostrado que puedo ser consistente también en ello.
  • He completado proyectos web y applicaciones que me han permitido profundizar en el aprendizaje de tecnologías muy interesantes para este 2024.

Por otro lado, dentro de los objetivos cumplidos, este ha sido un año de mucha más lectura (más de 15 libros), mucho viaje (más de 40.000 km recorridos en 3 meses) y mucho, muchísimo aprendizaje.

Así que, en realidad, este 2023 cierra con un balance muy positivo y con la vista puesta en un 2024 que se aventura tan interesante y apasionante.

Propósitos para 2024

Pero aquí hemos venido a jugar. Está claro que esto es un ejercicio que tiene mucho de ficción y poco de ciencia, pero yo siempre he sido un amante de las dos:

Para este 2024, estos son mis propósitos:

  1. Leer 20 libros: Ahora que le he cogido el gusto, y con una lista de pendientes, tanto en físico como en digital, bastante considerable, ha llegado el momento de dar otro pasito adelante.
  2. Publicar 24 posts: Aquí repito, quizá por cabezonería, pero creo que es posible alcanzar un ritmo de publicación en este espacio que me lleve a escribir dos veces al mes.
  3. Retomar el piano (2 piezas): Hay pocas cosas que me eche más en cara este 2023, como de mi total dejadez para con el piano. En 2024 es una de las cosas que pretendo cambiar sí o sí.
  4. Deporte (2 veces semana/82 kg): El camino ya está iniciado, ahora falta asentarse y complementarlo no sólo con el gimnasio sino con salir a correr de vez en cuando. De nuevo, metas asequibles.
  5. 300 contribuciones en mis repositorios: Esta es nueva, pero este año he pasado de 160 contribuciones a 110 en mis repositorios y este 2024 debe ser el año de desarrollar y desplegar los múltiples proyectos que tengo en mente.
  6. Certificaciones (3): No tiene mucho más. Con el cambio de trabajo y los múltiples frentes que he tenido abiertos, me he ido formando de forma paralela a las certificaciones regladas, en 2024 ha llegado el momento de consolidar ese conocimiento.
  7. Multiplicar mis números en internet. Hoy en día hay cada vez más plataformas, más mecanismos que nos permiten comunicarnos y este 2024 pretendo aprender a usarlos (al menos en aquellos que me siento más cómodo) y que eso conlleve más contenido.
  8. Aprender a estar. Llevo mucho, muchísimo tiempo, machacándome con la idea de que vivo 5 minutos hacia adelante, siempre lejos del presente, tratando de vivir en un futuro que no existe. Es un comportamiento aprendido durante años que me impide, en muchos momentos, disfrutar del presente. Y, como todo comportamiento aprendido, se puede desaprender.

Y ya estaría. Ocho nuevos propósitos para un año cuyas cifras suman 8. Poco más voy a pedir.

Hasta dentro de 365 366 días.

¡Feliz 2024!

La Incertidumbre

Enfilamos el último mes de un 2023 que ha tenido muchas cosas y, para ser honestos, la mayoría buenas.

Acaba, además, obligándome a enfrentarme a una de esas pesadas piedras que siempre he llevado en mi mochila: la intolerancia a la incertidumbre.

Cuando todo es incierto, nada es incierto

Como seres humanos, nuestro neocortex nos proporciona una serie de capacidades avanzadas que nos han convertido en la única especie soberana de la Tierra, o eso se nos supone.

Entre muchas de esas habilidades destaca la de la toma de decisiones. Nuestra capacidad de razonamiento, al igual que la de un ordenador, no es infinita, y esto nos obliga a buscar zonas de seguridad donde la mayoría de nuestro contexto se perciba bajo control.

He escogido con cuidado las palabras en la última expresión porque no existe nada bajo control, sino la percepción de que lo está.

Esto se ha convertido en pieza clave para nuestro desarrollo mental y emocional.

Por eso, cuando nos sobrevienen circunstancias que alteran significativamente nuestro contexto (digamos que lo «descontrolan»), nuestro cuerpo buscará recobrar el equilibrio o homeostasis mediante mecanismos de estrés: liberará aquellas sustancias necesarias para ponernos en alerta y conducirnos a recuperar nuestra tranquilidad.

Cultivando la tolerancia

Albert Ellis sostenía en su teoria que el elemento fundamental que guía nuestro comportamiento y, en definitiva, sus consecuencias, son nuestras creencias.

Y es ese el único elemento que tenemos la capacidad de modificar. Pese a todo el empeño que le pongamos a pretender controlar el contexto, se trata de una batalla perdida de antemano que solo nos puede traer frustración.

Es en la arena de las creencias, donde el combate es mucho más favorable para nosotros.

La incertidumbre, así, deja de ser algo contra lo que luchar para pasar algo que saber gestionar. Cómo afronto aquellas situaciones donde la incertidumbre, la situación con un control limitado, lo desconocido, juegan un papel importante, va a ser la esencia para vivir una vida emocional mucho más saludable.

El método: exposición

Y cómo mejoramos nuestra tolerancia, como modificamos esas creencias que nos llevan a conductas tóxicas: como sucede con muchas de las experiencias negativas limitantes, con exposición.

La exposición en psicología es una terapia que ayuda a las personas a enfrentar y manejar sus miedos o ansiedades, exponiéndolas de manera segura y gradual a las situaciones que los causan. Es un método efectivo para superar fobias u otros comportamientos ansiógenos.

Mucha parte de las técnicas congintivo-conductuales fundamentan gran parte de su eficacia en este concepto y hay mucha literatura y experimentación detrás que sustentan su efectividad.

Mi caso personal

La forma que he tenido durante este mes de lidiar con esa necesidad de controlarlo todo ha sido permitir, de forma relativamente controlada (por irónico que parezca), cierto descontrol.

Eso me ha servido para aprender mediante la experiencia directa a lidiar con lo inesperado, reducir la necesidad de tenerlo todo planeado y aceptar que el contexto es incontrolable.

No siempre ha funcionado y he de reconocer que ha habido momentos en los que la situación ha parecido superarme, pero, como todo en esta vida, el tiempo es la herramienta definitiva para suavizar emociones, tanto las positivas como las negativas. Y el tiempo me ha permitido superar hasta esas situaciones y recoger cierto aprendizaje de ellas.

Creo que es la mejor forma de ir reconfigurando mi cerebro para alejarme de comportamientos controladores y poder flexibilizar mi forma de comprender la vida.

Y tú, ¿cómo lidias con la incertidumbre?

El artesano Digital

Me he dado cuenta de que siento verdadera fascinación por aquellos trabajos, especialmente manuales, que requieren de una profunda concentración y mimo por el detalle.

Artesanos de la cerámica asiáticos, panaderos de la España interior, herreros que usan métodos tradicionales en su forja, todos me transmiten por igual la sensación de ese trabajo duro, pero sutil, que desemboca en productos de calidad máxima.

El vínculo entre el artesano y su producto

El denominador común en todos los trabajos de artesanía, ya sea tradicional, ya sea moderna, tiene que ver no sólo con ese esfuerzo, sino con el amor que transmiten por aquello que hacen.

No es un producto más. Es una forma de expresión. Una manera de comunicarse con el mundo, legándole un producto hecho con sus propias manos.

En esa relación entre el constructor y el objeto surgen vínculos mucho más profundos de lo que una cadena de montaje automatizada será jamás capaz de alcanzar.

La artesanía digital

En una época donde lo digital ocupa un enorme espacio en nuestra vida social y laboral, también debería haber sitio para poder convertirse en artesano.

Reconozco que es difícil, más si cabe cuando se nos empuja en la dirección opuesta. Hoy se enfatiza la eficiencia, relegando al proceso a un segundo plano.

Incluso en aquellos casos donde la calidad es parte inseparable del producto, hemos inventado metodologías para cuantificarla, arrancándole todo posible vínculo emocional y humano.

Puede existir algo que, además de ser bueno, tenga ese mimo especial de las cosas que tienen un significado.

Y si hace 400 años esa emoción se volcaba al afilar una espada, al marcar con las iniciales en una esquina una cuidada tetera china, ¿por qué no podemos hacer lo mismo con nuestros productos digitales?

Una filosofía de vida

La artesanía digital es una forma de comprender nuestra realidad digital acercándola a su perfil humano. Cada palabra escrita un procesador de textos, cada línea de código insertada en nuestro programa, cada imagen revelada o cada beat creado. Todas ellas, elaboraciones del mundo inmaterial de lo digital, pueden tener un pedazo de nuestra alma si nos empeñamos en ello.

Quizá esa es la forma más interesante de diferenciarnos del resto, de buscar la singularidad en un mundo de clones sintéticos.

El papel del artesano digital pasa por llegar al mismo final, pero volcándose especialmente en el camino. Para que al darle significado al mismo, arrastremos parte de nuestra esencia y se la entreguemos a nuestro producto.

Para que, en definitiva, aportemos verdadero valor al mundo.

Francisco Ibáñez – In Memoriam

No recuerdo cuál fue el primer libro que me leí.

De lo que tengo certeza es de que mi primer tebeo fue un Mortadelo y Filemón.

Hay escritores que nos impactan por su forma de escribir, otros por sus historias, los hay que marcan un momento particular de nuestras vidas y los recordamos siempre por ello.

El caso de Francisco Ibáñez es distinto a todos ellos: a él le pertenece, como a cientos de miles de adultos hoy, toda mi infancia y parte de mi adolescencia.

Suyas son, sin discusión, las tardes de domingo junto a mi padre: él leyendo la columna de Manuel Vicent, yo gozándome 13 Rue del Percebe.

Si a alguien debo agradecerle mi pasión por leer, mi amor por las historias y mi afición a los cómics, es sin duda a él.

Gabriel García Márquez decía que al escritor no lo mata nadie, ni siquiera la muerte, y hoy eso es más cierto que nunca. Hoy en su despedida de este mundo me ha hecho regresar a los lomos rojos de uno de sus innumerables tomos de Super Humor para volver a disfrutar de sus historias.

Su legado es tan grande que se me aventuran pocos a su altura, con una herencia cultural que trasciende y trascenderá generaciones. Con una visión de la vida a la que el paso del tiempo poco le importe y mucho menos le afecte.

Hoy cientos de miles de adultos que un día fuimos niños, nos despedimos de un pedacito de esa infancia que tanto nos cuesta recordar. Y en esa despedida el genio de Ibáñez nos regala, aunque sea en lo que dura una de sus desternillantes historietas, volver a sentirnos chavales de 10 años, con tiritas y mercromina en las rodillas y bocadillos con papel de alumnio, sentados en el borde de una acera una tarde cualquiera de verano.

No se marcha solo, eso sí. En su mochila se lleva el agradecimiento infinito de varias generaciones de personas que crecimos, que nos educamos con su arte y que hoy, como mejor homenaje posible a él y a nosotros mismos, volvemos a sus historietas una vez más.

Por todas las que nos quedan y que mantendrán vivo su recuerdo.

Que la tierra le sea leve, Don Francisco.

Objetivos vs Procesos: Una lucha del Siglo XXI

De un tiempo a esta parte me he dado cuenta de una característica común en todos mis proyectos. Sea cual sea el tipo de proyecto, todos comparten una visión enormemente enfocada al logro.

Tanto es así que muchas de las actividades relacionadas con el proyecto, tanto antes como durante, llevan asociado cierto nivel de ansiedad.

Ya escribí acerca de la trampa de la inmediatez, de cuáles eran sus características, su orígen y sus síntomas en nuestra sociedad.

En línea con esa visión de una realidad cortoplacista está la estrategia orientada al objetivo.

Estrategias orientada al objetivo

Si revisamos la bibliografía asociada a la psicología mas contemporánea que trata estos temas y, sobre todo, si echamos un vistazo a todos estos libros de gestión de proyectos y autoayuda, tienen en común una idea troncal: el foco, la consecución de objetivos, la eliminación de distracciones que nos alejan del resultado.

Y, por el camino, cientos de métodos para cuantificar hasta el más pequeño de los pasos, decenas de sistemas que parametrizan una vida para terminar convirtiéndola en un proceso con variables de entrada y de salida.

Quizá el mayor de los problemas de esta estrategia es concebir al ser humano como una especie de máquina, de computadora.

Alerta espoiler: no lo somos. Ni lo seremos jamás. Y aceptarlo va diametralmente en contra de toda esta corriente de pensamiento asociada a la disciplina como bandera del éxito.

1. Una mirada enfocada en el final.

El proceso queda relegado a un segundo plano cuando el actor principal es el resultado. Todo es, por tanto, una carrera contrarreloj con tal de llegar a la meta.

Es contrarreloj porque, para nuestra desgracia, nuestro tiempo es limitado.

Quizá una correcta planificación y una mirada realista de lo que uno es capaz de hacer podrían aliviar este primer problema, pero vivimos rodeados de un contexto que nos invita a pensar justo lo contrario.

Hoy se ponen en valor la precocidad y la rapidez. Nadie valora a la persona de 60 años que vive una vida plena, sino al adolescente de 16 que termina su segunda carrera. El resultado, cuyo valor puede ser hasta incluso discutible, domina la esencia de nuestro trabajo.

Esta mirada enfocada al objetivo tiene, a su vez, la caracterítica de ser extremadamente estrecha. Las corrientes pseudopsicológicas asociadas a la eficiencia abogan por cuantificar los proyectos (sean de la índole que sean), reducir las distracción enfocándose agresivamente en el objetivo y reducir el proceso a un mero medio para alcanzar un fin.

2. Ausencia de refuerzo durante el proceso.

Precisamente esa forma de entender el proceso nos lleva a la carencia de refuerzos durante el mismo. A mí me sucede constantemente en cualquiera de los proyectos en los que me embarco.

Muchos de esos proyectos son, como mínimo, a medio plazo. Eso implica que durante el proceso pueden no haber elementos relevantes que marquen una idea de progreso.

Puedo, claro está, intentar autoconvencerme marcándome metas a corto plazo. Puedo definir objetivos mucho más cortos, y toda esa historia tantas veces repetida.

No funciona.

Y no funciona porque no somos tontos y nuestro cerebro sabe perfectamente que nos estamos intentando hacer trampas jugando al solitario. Queremos el premio final, aun sin tener muy claro cuál es, y no nos conformamos con las migajas.

Lo gracioso del asunto es que, hasta para esto, la sociedad individualista ha encontrado un filón con el que seguir vendiéndonos su producto.

Primero te aleccionan para que tu mirada esté puesta casi exclusivamente en la meta. Luego te exigen que trabajes la disciplina, entendiéndola como una férrea dictadora que nos obliga a dejar de escuchar nuestras emociones, lo que nuestro cuerpo nos dice, obviando nuestras circunstancias y nuestro contexto. Y por último, cuando todo el sistema fracasa, te dicen que la culpa es tuya por no haberlo intentado lo suficiente.

Estrategia orientada al proceso

Existe una alternativa que quiero evaluar para abordar mis proyectos, mis aficiones o mi trabajo (en la medida que eso sea posible).

Quizá suena contraintuitivo, pero puede ser un buen punto de partida alejarnos de esa visión estrecha y desenfocarla un poco.

Que el objetivo deje de ser la meta y se centre en el proceso.

Antonio Machado decía eso de «caminante no hay camino, se hace camino al andar» y es una frase que me ha acompañado desde el momento que la escuché por primera vez.

Es simple, pero no por ello sencilla: toda la vida se reduce a transitar. Si vivimos en constante mirada hacia adelante, si nuestro foco está en aquello que está por venir, lo que en realidad estamos haciendo es desperdiciar nuestro tiempo aquí.

Igual es una auténtica estupidez propia de alguna de las innumerables crisis por las que seguramente pasaré a lo largo de mi vida.

O igual me sirve para dejar de preocuparme tanto por el resultado, por terminar, por hacer, por rellenar una lista intrascendente de cosas que a nadie le importan.

Y aprender, de una vez por todas, a disfrutar del camino.

Crítica: Succession

«El poder no corrompe a las personas; simplemente revela quiénes son realmente.»

James Clear

La cita con la que inicio este post es un estupendo punto de partida para hablar de Succession. La serie de HBO, aclamada por público y crítica, emitió su úlimo episodio el pasado lunes.

Muchos se han apresurado a encumbrarla al olimpo de las series históricas, reincidiendo ese error humano de pretender arrebatarle al tiempo la potestad de decidir quien le sobrevive.

Es, de eso no tengo dudas, una de las grandes series de los últimos tiempos. Y creo que lo ha logrado explotando su mayor virtud: la capacidad de mostrarnos en pantalla la miseria humana que acompaña al sistema de valores en el que vivimos.

El poder, el dinero, la fama, todos ellos caras de una misma moneda que revela nuestras más evidentes carencias, nuestros más oscuros defectos.

Una historia de nuestra generación

Succession es un epopeya en 4 actos que pretende querer hablar de grandes herencias, de corporaciones globales y acuerdos multimillonarios, pero que esconde la tragedia más humana de todas: una familia rota por la ambición desmedida.

Logan Roy es el ejemplo de hombre hecho a sí mismo de manual: construye, de forma implacable, un imperio millonario; decide presidentes, se codea con las élites económicas. Es el éxito personificado.

No hay objetivo que se le resista.

No hay compañía que no pueda comprar.

No hay lujo que no se pueda permitir.

Y justo en ese descomunal éxito a ojos de nuestro sistema, reside su mayor fracaso. En el ocaso de sus días comienza a ver resquebrejarse el mundo: su imperio tiene pies de barro.

Pese a todo, se resiste a aceptar una verdad inevitable, su vida es el resultado de haber sacrificado lo humano por alcanzar ese «sueño» de dominarlo todo y termina el viaje luchando por lo único que quiso más que a sí mismo: el dinero y el poder.

Kendall Roy, el primogénito, el heredero. Quizá lo que mejor defina todo su personaje sean los últimos 15 minutos del último episodio cuando le suplica a su hermana que le deje ser lo único que sabe ser: un sucedáneo de su padre.

Shiv Roy, la mujer. Tan competente y ambiciosa como su padre, pero cometió el error de nacer con el sexo incorrecto. La visión patriarcal de la sociedad y, en especial de su propio padre, le impedirá ser quien podría haber sido y la forzará a buscar la aprobación de forma enfermiza. Su última escena roza la perfección.

Roman Roy, el juguete roto. Para mí el mejor personaje (por papel y por el nivel de Kieran Culkin a lo largo de toda la serie). El más humano de todos y, por ello, el más destrozado por las luchas de poder de su familia. No deja de intentar que alguien le quiera, que alguien le muestre un mínimo de ese cariño que los dólares no son capaces de transmitir. Y, a pesar de que fracasa en su intento, es sobre el que más esperanza hay de que algún día pueda ser feliz.

Evolución y narrativa

Succession es una joya narrativa que hace que el espectador disfrute de una evolución constante de todos sus personajes. Capaz de hacerte amarlos y minutos después despreciarlos, es un fiel reflejo de la cruda realidad de nuestras vidas en las que nada es blanco o negro.

No sólo es un excelente producto de entretenimiento, sino que nos obliga a reflexionar acerca de nuestra propia forma de entender el mundo, sus relaciones y el peso de nuestros valores. ¿De verdad importan tanto el poder, la fama o el dinero?

Al menú lo aderezan personajes que suman su granito de arena a esa estupenda parodia circense. Tom o Greg son ese incompetente capaz de nadar en el furioso océano del poder y sobrevivir a todas sus tormentas. Son parásitos del capitalismo que, a cambio de vender su poca dignidad, se les permite comer las sobras de los altos señores.

La idea detrás de todo y de todos

Pero tras sus últimos segundos el poso de toda la historia, de sus personajes, de su mensaje, empieza a germinar dentro de ti.

Un mensaje claro y meridiano: en la sociedad regida por el dinero, la aristocrática sucesión patrimonial de padres a hijos dejó de tener sentido hace mucho tiempo. Y es el valor fundamental del dinero el que actúa como erupción volcánica para las relaciones personales.

Son quienes más tienen y, sobre todo, quienes menos lucharon por tenerlo, los que dudan menos en sacrificar sus pocos valores morales.

Un divertido espectáculo que da para reflexionar

En su conjunto, Succession es una obra completa, de principio a a fin, con una factura tan cuidada y detallada que te deja huérfano al terminar.

Transita en esa delgada línea entre la pariodia y la reflexión crítica, y nos pone a todos frente al espejo: nos empuja a cuestionarnos nuestros verdaderos valores, nuestros verdaderos objetivos vitales.

Una verdadera gozada.

Nota: 9.5/10