Vivimos inmersos en la carrera hacia el triunfo, siendo el triunfo un concepto entendido de mil maneras diferentes y empleado en un sinfín de situaciones distintas en función de la perspectiva del que lo describe.

Y en cierto modo el elemento central del triunfo, la personalización del mismo, es el héroe.

Nos rodean. Figuras jóvenes, atléticas, esbeltas, de sonrisa luminosa y con un halo de eternidad que nos obliga a envidiarlas. Son los héroes modernos, pero no se diferencian de los antiguos. Personajes míticos que las leyendas encumbraban hasta convertiros en seres poderosos y con dones que cualquier humano envidiaría.Sin embargo muy pocos se han parado a pensar en el después, en el momento en el que la euforia del triunfo, la gloria conseguida se esfuma.

¿Qué sucede después?
Porque el reloj del tiempo sigue moviéndose, pero esa persona que un día fue el centro del universo por unos momentos ha dejado de serlo ya.

Creo que en ese momento aparece la verdadera valentía del héroe. La capacidad de sobreponerse a ese paso del tiempo, de no vivir en un pasado glorioso y centrarse en el futuro.

Porque aquel que cree que ya ha conseguido todo lo que pretendía conseguir en la vida sencillamente sólo le queda morir.